En 1998, Community Playthings, la empresa de fabricación dirigida por nuestra iglesia desde Nueva York, en la cual trabajo, trató de dejar de usar el correo electrónico. No fue idea mía, a pesar de que había estado dirigiendo la compañía durante cinco años. Más bien, el impulso para ese cambio provino del personal de la compañía. Muchos de ellos estaban molestos por los efectos que estaba teniendo el correo electrónico.

Hoy día puede parecer curioso que gente haya considerado alguna vez el correo electrónico, esa rara reliquia de la época anterior a las redes sociales, como una tecnología amenazante. Pero las quejas de los trabajadores eran bastante reales. En su parecer, el correo electrónico exacerbaba las tensiones entre colegas, que lo utilizaban para pasar por alto a los demás cuando tomaban decisiones o para evitar resolver conflictos cara a cara. En lo que había sido un ambiente de trabajo igualitario con fuerte énfasis en la colaboración, creó una división entre los que tenían un acceso constante a la comunicación instantánea, porque trabajaban en una computadora, y los que no tenían tal acceso, porque estaban ocupados fabricando los juguetes y mobiliario de madera que vendíamos. El equipo administrativo también se dio cuenta de cómo el correo electrónico producía una pérdida de tiempo, cuando los trabajadores de oficina se distraían de sus responsabilidades con listas de distribución recreativas dedicadas a noticias o deportes. (Sí, existía tal cosa.) Con todo, con la llegada del correo electrónico algo había cambiado en nuestra compañía. Incluso yo mismo, que apoyaba las aplicaciones de la tecnología empresarial y que había trabajado en el desarrollo de sistemas computarizados desde la década de 1970, tuve que admitir que no todo era para mejorar.

La cultura particular de Community Playthings hizo que esta situación fuera especialmente dolorosa. Fundada en 1948 por pacifistas comunitarios en Georgia, desde la década de 1950 la compañía ha sido la principal fuente de ingresos y trabajo para los miembros del Bruderhof, un movimiento de comunidades cristianas en la tradición anabautista, cuyos miembros comparten todas las cosas en común en el espíritu de la iglesia primitiva (Hechos 2 y 4). Todos los que trabajan en la compañía son mis compañeros miembros del Bruderhof; al mantener nuestros votos de pobreza personal ninguno de nosotros posee un activo ni gana un salario, todas las ganancias que se generan se destinan a mantener a la comunidad y a financiar sus proyectos filantrópicos y misioneros.

El trabajo compartido en armonía es fundamental para los negocios del Bruderhof. Fotografía de Clare Stober, cortesía de Rifton

A pesar de su contexto de vida compartida en comunidad, Community Playthings ha prosperado en la economía capitalista. Junto con Rifton Equipment, otra empresa dirigida comunitariamente, que fabrica equipos terapéuticos para personas con discapacidades y lo vende a clientes de todo el mundo; en 1998, las ganancias cubrían todos los costos para dos mil personas en ocho localidades del Bruderhof en Estados Unidos y Europa. Ambas empresas, aunque de tamaño mediano en términos de su proporción en el mercado, son reconocidas como líderes en la industria por la durabilidad de sus productos y sus diseños vanguardistas. Tal éxito se debe, por lo menos en parte, a nuestra adopción de tecnologías innovadoras. La empresa se había informatizado ya desde 1979, cuando compró una minicomputadora Wang; una década después, la adopción de la filosofía de fabricación japonesa «Just-in-Time» (Justo a tiempo), que hacía un amplio uso de los datos de fabricación y ensamble, produjo un segundo impulso en el crecimiento.

Sin embargo, el secreto fundamental de Community Playthings es nuestro compromiso de trabajar juntos con todos los demás en la empresa en un espíritu de armonía. Profundamente arraigada en la cultura de nuestra compañía está el repudio a cualquier jerarquía corporativa. Puesto que el propósito de la compañía es simplemente ser una extensión de nuestra vida común como comunidad cristiana, somos hermanos y hermanas, no gerentes ni empleados. Aunque algunas personas obviamente tienen responsabilidades de liderazgo, todos ganamos el mismo pago: nada. En palabras de Eberhard Arnold, fundador del Bruderhof: «El amor es el gozo en los demás», y este amor debe impregnar todo lo que hacemos, incluso al costo de la eficiencia empresarial. Fiel a este espíritu, la compañía necesita acomodar a una amplia variedad de trabajadores: jóvenes y ancianos, mujeres y hombres, con buenas condiciones físicas y sin ellas, calificados y no calificados, miembros de la comunidad de toda la vida y los recién llegados.

La tecnología nunca es neutral. Una vez introducida, corre por su cuenta.

Hasta finales de la década de 1990, la adopción de nuevas tecnologías en la empresa rara vez había sido motivo de controversia. El personal administrativo, especialmente, le daba la bienvenida a todo lo que redujera la monotonía de la mecanografía repetitiva. Anteriormente, las principales preocupaciones se habían enfocado en la introducción de máquinas de CNC (control numérico computarizado) para la producción; algunos miembros veteranos habían planteado inquietudes sobre la pérdida del antiguo proceso artesanal y la repentina importancia de los operadores jóvenes expertos en tecnología.

Pero fue el correo electrónico el que demostró ser un cambio de largo alcance. La frustración con las consecuencias indeseadas de la comunicación electrónica se acumulaba, y no pasó mucho tiempo antes de que hubiera propuestas de prohibir en toda la empresa los correos electrónicos. Para los que estábamos a cargo de dirigir una compleja operación en múltiples localidades, con una variedad de procesos productivos y comerciales que dependían del sistema de correos electrónicos, tuvimos definitivamente un período de emergencia crítica.

En conversaciones con mis compañeros miembros, reconocí que el correo electrónico era una tecnología con poca capacidad de transmisión emocional: era excelente para compartir información, pero pobre y a menudo mala para crear y mantener la calidez en las relaciones. Pero argumenté que en un ambiente rico en comunicación, donde vivimos y trabajamos juntos, nos reunimos cara a cara diariamente para las comidas comunitarias y los servicios de adoración, y compartimos un compromiso de evitar todo chisme y murmuración, las desventajas de los correos electrónicos deberían ser manejables.

El hecho de que no sucedió así me enseñó una valiosa lección: la tecnología nunca es neutral. Como lo reconoció el pensador francés Jacques Ellul, las tecnologías que usamos siempre tienen un efecto en nosotros, y ese efecto es tanto una carga como una bendición. Por eso es importante destacar que el resultado de una determinada forma de tecnología depende menos de nuestra intención que de la estructura de esa tecnología. Una vez introducida, corre por su cuenta. Nuestra tarea es mantener nuestros ojos abiertos y comprender lo que está sucediendo.

No es una tarea fácil, ya que los cambios producidos por la tecnología a menudo son imperceptibles e impredecibles. Pueden afectar nuestro mismo concepto de la vida y nuestro lugar en ella. Neil Postman, en su libro Technopoly (Tecnopolio), nos da un ejemplo de cómo sucede:

Quién hubiera imaginado, por ejemplo, los intereses y la cosmovisión que serían finalmente promovidas con la invención del reloj mecánico. El reloj tuvo su origen en los monasterios benedictinos de los siglos xii y xiii. El impulso detrás de la invención era proveer una regularidad más o menos precisa para las rutinas de los monasterios, lo que requería, entre otras cosas, siete períodos devocionales durante el transcurso del día. Las campanas del monasterio sonarían para señalar las horas canónicas; el reloj mecánico era la tecnología que podía dar precisión a esos rituales de devoción. Y por cierto, lo hizo. Pero lo que los monjes no previeron fue que el reloj no es simplemente un medio para llevar la cuenta de las horas sino también de sincronizar y controlar las acciones humanas. Y por ello, para mediados del siglo xiv, el reloj ya había salido de los muros del monasterio, y produjo una regularidad nueva y precisa en la vida de los obreros y comerciantes.

«El reloj mecánico —escribió Lewis Mumford— hizo posible la idea de la producción regular, horas de trabajo regulares y productos estandarizados.» En resumen, sin el reloj, el capitalismo hubiera sido totalmente imposible. La paradoja, la sorpresa y la maravilla es que el reloj fue inventado por hombres que querían consagrarse a sí mismos de manera más rigurosa a Dios; pero terminó como una tecnología de máxima utilidad para hombres que deseaban dedicarse a sí mismos a la acumulación del dinero. 1

Notas

  1. Neil Postman, Technopoly: The Surrender of Culture to Technology (Nueva York: Vintage, 1993), 15. Los tres párrafos siguientes se basan ampliamente en el libro de Postman.
  2. Eberhard Arnold, «The Problem of Machines», charla impartida el 8 de agosto de 1935, trad. al inglés por Nicoline Maas y Hela Ehrlich (Bruderhof Historical Archive, EA 439).
  3. Eberhard Arnold, «Community and the Future of Work», manuscrito inédito, 1921, trad. al inglés por Emmy Barth Maendel (Bruderhof Historical Archive, EA 20/21a).