Quiero contarte la historia de una madre soltera quien es, a propósito, mi mejor amiga. Esta es solamente una historia pero ciertamente es similar a las historias de miles de personas. Mi mejor amiga se casó a la tierna edad de dieciocho años, con un hombre nueve años mayor que ella. Poco después de empezar su vida matrimonial, ella se enteró que estaba esperando a su primer bebé. Entonces, después de siete meses de enorme expectación y preparación, recibió la noticia devastadora de que su bebé, el niño que ella había llevado y por quien estaba orando, se había muerto. Ella y su esposo reaccionaron a esta tragedia de maneras muy distintas, y esto fue, por así decirlo, el principio del fin.

Cinco años más tarde, ella y su esposo recibieron a un hermoso niño, un bebé muy sano, seguido diecinueve meses después por otro. Y aunque habían sido bendecidos con dos niños vivaces y sanos, el matrimonio ahora estaba a punto de naufragar, y mi amiga estaba haciendo todo lo posible para preservarlo para el bien de sus hijos. Dos años después se enteró que estaba encita otra vez, criatura que su esposo no quería. Pero se mantuvo firme y con determinación de aceptar a esta criatura como el regalo que era. Así, ella dio a luz una hermosa niña, pero desafortunadamente su matrimonio fracasó totalmente sólo unos meses después. Se divorciaron y él se fue. Al cabo de un año, él se volvió a casar y tres años después, se desapareció completamente de sus vidas.

Abandonada, sin apoyo ni ayuda financiera, ella intentó varias veces localizar a su ex-esposo, esperando que él quisiera ser parte de las vidas de sus niños; desafortunadamente esta investigación llevó a otra tragedia cuando finalmente le contaron las autoridades que el padre de sus hijos había muerto. Ahora ella no solamente tenía que criar a sus hijos sola, sino que necesitaba encontrar la manera para ayudar y guiar a sus tres niños (en ese entonces de nueve, siete y cuatro años) a tratar su dolor y pena por la muerte de su padre; en adición tenia que lidiar con su propia pena.

Sin preparación ni familia viviendo cerca para ayudarla prácticamente, le fue difícil encontrar trabajo. Cuando finalmente consiguió trabajo, no había quién le cuidara a sus niños. Ella dependió de familiares, caridad y beneficios para mantenerse aflote y a menudo tenía que humillarse y pedir ayuda, o privarse de algo para asegurar que hubiera suficiente para sus hijos.

Unos años después, ella se mudó con sus hijos a su pueblo natal. Aquí el destino añadió otro giro a su historia: descubrió, después de cuatro años, que su ex – marido estaba más vivo que nunca y morando al otro lado del pueblo. Otra vez hizo acopio de sus fuerzas y valor y le contactó esperando que él quisiera ver a sus niños. No quiso, y ella siguió sola, valientemente.

Al llegar sus niños a la adolescencia, las cosas se empeoraron progresivamente. Ella sufrió amarga angustia cuando sus dos hijos presentaron cicatrices emocionales y sociales por el abandono de su padre: inclinaciones suicidas (uno casi apunto de internarlo), intimidación, enfermedades, depresión, bajo autoestima, y así sucesivamente. Pero ella nunca dejó de luchar por sus niños, nunca dejó de orar por ellos, y nunca dejó de amarlos.

A lo largo de cada obstáculo y traba que la vida colocó en su camino, ella se aferró tenazmente a su fe y firme confianza en la promesa: Dios no le pediría dar más de lo que tenía, y no la pediría cargar con más de lo que podía aguantar. Luchó diariamente para inculcar en sus niños los valores morales que habían carecido de su propia niñez. Ella siempre fue totalmente franca acerca de sus errores y fallas, esperando que sus hijos aprendieran de ella y anhelaran más. Dio cada gramo de su fuerza para apoyar a sus niños en lo interior y prácticamente, siempre animándolos a ser no el mejor, sino su mejor.

Sus niños ahora están en sus años veintes y todos han seguido sus propios caminos. Ella ya no está en contacto con sus hijos. Esto es lo que ha ocurrido. Pero su amor maternal para ellos vivirá. Ella nunca perderá la fe en ellos, nunca dejará de esperar, nunca dejará de orar – ellos son sus hijos. Y ellos siempre recordarán su amor, la niñez que ella trató valientemente de darles, y el auto sacrificio interminable que tuvo que soportar por ellos. Ellos estarán agradecidos algún día. Yo sé, porque ésta es la historia de mi madre. Yo soy su cuarto y menor niña, y estoy solamente empezando a darme cuenta de todo lo que ella ha hecho para mí y mis hermanos durante los veinte años desde el abandono de nuestro padre – y todo lo que a ella le debemos.

Pues, a toda persona que está viviendo un camino similar, y se pregunta si sus niños apreciarán lo que está haciendo o si le guardarán rencor, yo le digo: ¡No se rinda nunca! Un día tus niños estarán agradecidos por el regalo que tienen en su madre. Puede tomar varios años (a mi me ha tomado casi veinte), y desafortunadamente quizás tú nunca lo veas, pero un día, ellos te apreciarán y te dirán lo que cada hijo debe decir a su madre: “Gracias, mamá.”