Ahora bien, ¿he perdonado, o tengo que perdonar a aquellos agentes policiales que casi me quitaron la vida, que me amenazaron, aquellos que en medio de la noche me hicieron pensar que me llevaban a mi último destino? ¿He perdonado a esos policías que me persiguieron constantemente y me arrestaron bajo cualquier pretexto, a aquel fiscal que me citó ante la corte con falsas acusaciones, o a esos otros fiscales que trataron de eliminarme? ¿He perdonado a aquellos políticos que crearon este ambiente y que no querían verme ni pintado cuando les pedí ayuda, o a los periódicos que me presentaron como criminal? ¿Y qué de mi propio abogado, que abandonó mi caso siete años después del incidente, cuando faltaban dos días para el juicio? ¿Acaso le he perdonado a él?…

He descubierto que sólo si me encauzo hacia mi propia re-humanización tengo esperanza de sanar. Re-humanización es la antítesis de deshumanización. Para mí, la re-humanización va más allá del perdón, aunque estimo que el perdón, que creo ya haber acordado en mi espíritu, es un elemento crítico en el proceso de la re-humanización.

No seremos realmente humanos mientras tengamos odio por dentro, mientras estemos consumidos por enfado o amargura y guardemos rencores. El hecho es que estas emociones definen nuestra vida. Nos despojan de la plena y verdadera vida humana. Para la recuperación de todos aquellos que han sido brutalizados y deshumanizados, resulta fundamental que se deshagan de estas debilitantes emociones. Pero no basta dejarlas atrás; hay que indagar al mismo tiempo qué significa ser humano…

En el pasado, el odio controlaba y consumía mi vida, no la de mis atormentadores. Si hoy me encontrara con alguno de ellos, no sé cómo reaccionaría. Sospecho que siguen atormentando y brutalizando a otros. Con todo, en mi proceso de recuperación me he dado cuenta de que hasta debería estarles agradecido, porque si no fuera por sus acciones, no sé cuál habría sido el curso de mi vida. Si no hubiese pasado por esos traumas, tal vez hoy no estaría escribiendo, cantando o pintando; seguramente no habría llegado a conocer a todas aquellas personas tan especiales que antes del asalto no fueron parte de mi vida.

A veces me pregunto: ¿adónde se han ido mi amargura y mi odio? ¿Será que han desaparecido porque dos veces salí victorioso del tribunal? Otras veces se me ocurre que mi odio y mi amargura han sido archivados en algún rincón de mi subconsciente, allí donde se guardan los recuerdos malos…

Cosa extraña – me parece que soy yo el que he tenido suerte. Salí victorioso de mis juicios federales y criminales, y los agentes policiales quedaron convictos de haber violado mis derechos civiles. Desgraciadamente conozco a muchos que han sido brutalizados como yo. Para algunos el único consuelo ha sido que las acusaciones en contra suyo fueron anuladas. Pero muchos más, los de los barrios y de los guetos de américa, son cruelmente apaleados e internados en hospitales, o arrastrados a comisarías y prisiones bajo el pretexto de haber “asaltado a un agente”. ¿Qué consuelo tienen ellos? – ¿Que no los mataron?…

¿Pueden ellos perdonar? ¿Están siquiera en condición de perdonar? Más que perdonar, lo que les hace falta es ser tratados, y como parte de ese tratamiento deberían exigirse, a guisa de justicia, las disculpas por parte de la sociedad. Aun así, la justicia sola no es suficiente ni provee la ayuda médica necesaria para sanar a todos ellos. Por nuestras calles vagan decenas de miles de jóvenes heridos, iracundos y rapaces – hermanos y hermanas que sufren por la injusticia y la falta de tratamiento médico y están a un paso no más de la cárcel o de la muerte propia o ajena.

La brutalidad y la injusticia engendran el odio y el rencor. Añadiré que matan al espíritu, terminando en lo que algunos llaman la “pérdida del alma”, es decir, la deshumanización total…entonces parecería que el perdón no viniera al caso; hasta podría considerarse un lujo. No puede exigirse perdón sin curación física, mental y espiritual, y sin restablecer condiciones justas. Sin justicia sería una victoria sin reparación.

Sin embargo, precisamente porque reina la injusticia, y precisamente porque estas condiciones seguirán existiendo en un futuro previsible, es menester que los que han sido brutalizados y deshumanizados se sanen sin esperar que el gobierno les ayude o les pida disculpas. Necesitan tratamiento profesional y necesitan encontrar su propio cauce hacia su propia re-humanización. Desde luego, los que pueden ayudarles en ese proceso tienen la obligación de hacerlo. De lo contrario, las víctimas quedarán condenadas a un infierno de constante tormento y amargura. Al igual que el perdón, la re-humanización no requiere disculpas ni justicia; pero esto no significa que dejemos de luchar por la justicia.

Si el perdón ayuda a los que han sido brutalizados – y yo creo que de hecho ayuda – entonces tiene que ser integrado en el proceso de su rehumanización. Sin embargo, perdonar no significa cruzarse de brazos e irse contento a casa. Significa, eso sí, que en el afán de recuperar la propia humanidad y los propios derechos se rechace todo sentimiento de ira, odio y amargura. Pues como bien lo sabe el que ha perdonado, es más sosegado vivir capaz de reírse y sonreírse, que vivir lleno de resentimientos.

Con todo, debemos añadir que hace falta no sólo tratar al que ha sido brutalizado o traumatizado. También hay que tratar al agresor, al violador. Esto lo hemos aprendido de los excombatientes que han matado, de los soldados que han torturado…

¿Perdonar? ¡Evidentemente! Pero todavía hay que rezar mucho para que todos aquellos que siguen atormentando a otros seres humanos sean curados de su propia deshumanización.