Yaniv Sagee, miembro de toda la vida de un kibutz israelí, es activista político, productor lechero y maestro de secundaria. Durante treinta años ha luchado por los derechos civiles de palestinos y árabes israelíes, y aboga por la paz. Timothy Keiderling conversó con él para Plough acerca de por qué es crucial recuperar las raíces del sionismo para construir una sociedad compartida.

Plough:Hay asuntos vinculados al sionismo, la vida comunitaria y la fraternidad entre naciones… Otras personas pueden optar batallar contra ellos, pero tú naciste en ellos. ¿Puedes contarnos tu historia?

Yaniv Sagee: Nací en 1963, en el kibutz Ein HaShofet, al norte de Israel. Fieles a la visión original de la vida en un kibutz, compartíamos todas las cosas: mi familia no tenía propiedad privada. Crecí en la casa de los niños, donde también dormíamos y asistíamos a clase. Fue una infancia muy buena.

Luego, cuando tenía diecisiete, mi padre murió. Era un sionista, un sobreviviente del Holocausto. Sus ideales me moldearon. Su vida fue una búsqueda de paz y justicia para todos. Y me enseñó que jamás tendríamos justicia ni paz si los palestinos no las tenían. Eso me ha guiado desde entonces. También me enseñó que necesitaba ser responsable por mi comunidad, por nuestro movimiento: Ein HaShofet fue creado por el movimiento juvenil Hashomer Hatzair cuya fundación se remonta a 1913. Defendía tres valores: sionismo, socialismo y fraternidad entre las personas.

¿Cuál es la conexión entre esos tres valores? Parecen bastante alejados. Israel es un país capitalista y, cuando muchas personas piensan en el sionismo, la fraternidad entre todas las personas es lo último que les viene a la mente. ¿Qué les dirías?

Para mi padre y para nuestro movimiento, el sionismo significaba que debíamos hacernos responsables por el futuro del pueblo judío y crear una patria judía donde encontráramos refugio del antisemitismo.

Yohanan Simon, Cosechando naranjas en el kibutz, 1946 Imagen cortesía de Aya Simon Ben-Sedef. Usado con permiso.

Pero no se trataba solo de tener una nación como otras naciones, un lugar de seguridad. También debía ser un lugar mejor que cualquier otro, construido sobre la igualdad y la justicia. Es ahí donde entra el socialismo. Lo que queríamos decir con socialismo era que todas las personas debían vivir en comunidad, en condiciones de igualdad legal y material. Y queríamos hacerlo sin demora. Queríamos crear una nueva sociedad y alcanzar directamente el estado final del socialismo. No era algo que estuviera ahí, en el futuro. Era algo que debía ser construido por el movimiento, ahí y en ese momento, en la tierra de Israel.

¡En aquella época cuando estaba creciendo, era tan práctico! No solo hablabas de las cosas; las hacías realidad. Comencé a trabajar a los siete años. Limpiaba la casa de los niños donde vivía, me hacía cargo del minizoo que teníamos y donde aprendíamos a ser responsables por los animales. Si no los cuidábamos, morirían. Así que necesitamos trabajar duro para construir esta tierra.

Pero ya había gente que vivía en esa tierra.

Creemos que el pueblo judío necesita una patria. Regresamos a Sion porque es la patria histórica y natural del pueblo judío. Pero también creemos que es posible vivir junto a los palestinos que han estado viviendo en este lugar por tanto tiempo. Esos son los valores que aprendí de mi padre.

Pero no ha sido un camino sencillo. ¿Qué sucedió después de que tu padre murió?

Ingresé al ejército; todo el mundo debe hacer el servicio militar. Hay tres años obligatorios y luego debemos servir durante un mes al año en la reserva. Apenas pude, regresé al kibutz. Luego, a los veinticinco, fui elegido para ocupar el puesto de secretario general del kibutz. Fue solo por un período. Rotamos en los distintos puestos; es nuestra forma de vida. No debe existir una clase dirigente y gente común. Las personas venían a mí y yo las ayudaba. Esta es la doctrina básica: damos todo lo que podemos y recibimos todo lo que necesitamos.

Yohanan Simon, Sábado en el kibutz, 1947, óleo sobre lienzo Imagen cortesía del Museo del Arte de Tel Aviv, gentileza del artista. Foto: Margarita Perlin/Museo de Arte de Tel Aviv. Usado con permiso.

El kibutz pagó mis estudios en la universidad de Tel Aviv. Una vez que los terminara el plan era que me hiciera cargo del negocio lechero, aunque yo quería ser maestro de secundaria. Pero lo que uno hace no es una decisión personal. Aproximadamente un año después de que regresé, las personas comenzaron a tomar sus propias decisiones profesionalmente. Dije: “No, el kibutz necesita decidir adónde enviarme”. Intentaron explicarme que las cosas ya no se hacían de ese modo, pero yo dije: “Esta es mi vocación. Voy a ser un servidor público, así que necesito que el público decida donde se me necesita”.

De modo que, durante un año fui gerente de la granja lechera y luego ingresé a la secundaria como maestro y educador. Para esa época ya estaba casado y este servicio era parte de cómo yo entendía lo que significaba ser un esposo para Galia y un padre para mis hijos. No soy uno de esos grandes personajes que dirigen organizaciones. Antes que eso, prefiero llevar toda la carga de la familia sobre los hombros. Es nuestro estilo de pareja. Compartimos la vocación. Encontramos un modo tal que, incluso cuando me eligen para ocupar puestos altos, eso siempre se vuelve parte de la familia y la familia se vuelve parte de la comunidad.

Más tarde fui elegido líder de nuestro movimiento juvenil y después de cinco años, secretario general del kibutz. Al desempeñarme en esos puestos, comencé a trabajar con el gobierno y con otros kibutz.

Has asociado el futuro del movimiento kibutz con lo que has llamado “sociedad compartida” y con la paz. ¿Cómo se conectan todas estas cosas con el sionismo?

Están todas conectadas, incluso si parece que se contradicen. El kibutz es una comunidad sionista socialista, pero el sionismo tiene que ver con el pueblo judío, en tanto el socialismo es internacional. Durante años, el sionismo ha luchado con estas contradicciones. Así como en el estado de Israel, en el movimiento kibutz el sionismo ha sido lo primero. Y cuando el sionismo contradecía la fraternidad entre las personas, entonces los miembros del kibutz dejaban de lado la fraternidad entre las personas. Esto supone un gran problema.

En el siglo XIX Theodor Herzl abogó por un estado para los judíos y no por un estado judío, con la finalidad de conectar a todo el pueblo judío. Herzl sabía que la tierra a la que deseábamos regresar, Sion, no estaba vacía. También los árabes tenían aquí su hogar.

Un siglo atrás, en 1921, se produjo el primer conflicto con los árabes palestinos, una confrontación sangrienta en Jaffa. Desde entonces, hemos enfrentado una pregunta: ¿deberíamos presionar para tener un estado judío sin importar cómo lo logramos, o deberíamos comprender que primero hay que establecer cómo convivir con los habitantes árabes del país? El movimiento del que soy parte ha intentado decir: “Necesitamos encontrar un modo de vivir con los palestinos”.

Después del Holocausto, se hizo más claro que antes que necesitábamos un lugar seguro. ¡Y aún lo necesitamos! Pero desde entonces, el sionismo se volvió un movimiento nacionalista, no tan enfocado en los ideales del pueblo judío. Eso nos ha hecho objeto de mucha crítica, incluyendo la resolución de 1975 de las Naciones Unidas según la cual el sionismo es racismo. 

Aún necesitamos sionismo, pero no puede basarse en una moral antijudía. El sionismo necesita retornar de su enfoque nacionalista para volverse, una vez más, un movimiento para el pueblo judío en el que nuestra tierra sea solo una herramienta en nuestra caja de herramientas para la continuidad del pueblo judío.

¿Puedes hablar un poco acerca de cómo crees que debería ser una sociedad compartida?

Durante cincuenta y cuatro años Israel ha ocupado Cisjordania. Las personas allí y en Gaza viven en condiciones terribles. Hamás es un grupo terrorista sanguinario, pero eso no cambia el hecho. Israel se autodescribe como un estado democrático judío sionista. Debemos decidir entre la naturaleza judía y la naturaleza democrática del estado. Israel debe continuar siendo la patria del pueblo judío, pero también un estado compartido, donde todos los ciudadanos sean iguales. Para que eso funcione, el pueblo palestino necesita tener su propio país, con las fronteras de 1967.

Yohanan Simon, Centinelas en el viñedo, 1950 Imagen cortesía de Aya Simon Ben-Sedef. Usado con permiso.

Esto es lo que quiero decir cuando hablo de una sociedad compartida, un lugar que todos los ciudadanos consideren su hogar. Dentro de Israel (sin considerar los territorios ocupados) el ochenta por ciento de la población está conformado por judíos y veinte por ciento, por árabes. Debemos comenzar a vivir juntos y a asistir a las mismas escuelas. Necesitamos tener al menos veinte por ciento de árabes en cada institución pública de Israel. Los árabes, como los judíos, deben hacer el servicio militar. Y también debemos tener procesos de perdón, comités para la verdad y la reconciliación.

¡No es algo tan inverosímil! En muchos lugares, las personas se sienten bien acerca de lo que acontece en la esfera pública. Ya compartimos algunos espacios: basta con ir al mercado de Nazaret, a los hospitales, a los restaurantes, para ver a los árabes y a los judíos juntos. Ve a Jerusalén y a Haifa y verás que el anuncio de que el autobús lleva diez minutos de atraso está escrito en hebreo y en árabe. Es posible. Aprenderemos cómo se hace.

¿Qué lugar ocupa el movimiento kibutz en esa sociedad compartida?

Los kibutz eran asentamientos sionistas socialistas. Para nosotros el socialismo significa lo mismo que para ustedes en el Bruderhof: cada uno da según su capacidad y recibe según sus necesidades. Nadie está solo; todo el mundo recibe cuidados. Para que esto funcione debemos confiar los unos en los otros. Somos un movimiento secular —la mayoría de los kibutz lo es—, pero nos basamos en la fe en una misión, un propósito más allá de la simple vida en comunidad. Esa misión, esa fe, tiene que ver con que es nuestra responsabilidad crear un mundo mejor y, a la vez, una existencia sustentable para el pueblo judío. Necesitábamos crear una sociedad mejor en Israel, basada en la justicia, lo que implica asociarnos con los árabes. Necesitábamos ser agentes de paz. Y parte de esta paz tiene que ver con construir una cultura judía: arte, música, literatura. Los kibutz estaban llevando adelante esta misión. Y era un sistema muy bueno. Funcionaba estupendamente. Por ese motivo hay 273 kibutz a lo largo de Israel.

Pero ya a principios de los sesenta esto comenzó a resquebrajarse. Perdimos el sentido de vocación. E incluso la vocación no es suficiente. Otra cosa que aprendí del Bruderhof —y que es crucial, aunque nunca fue una parte de movimiento kibutz— es la centralidad del perdón. La capacidad de vivir en una sociedad íntima en la que no exista una carga de emociones negativas hacia los otros es esencial. Y ustedes tienen un modo de llevarlo a la práctica; pero nosotros jamás lo hemos tenido.

Yo solía ser un mediador. Las personas me aseguraban que un conflicto había terminado, pero no teníamos forma de detener los sentimientos de odio y dolor. En el kibutz hay personas que odian a otras porque fueron lastimadas hace años. Algunas trasladan eso a la generación siguiente. Es imposible dirigir una comunidad así. No tenemos miembros con un sentido de vocación que vaya más allá de sí mismos. Y no perdonamos.

Ahora bien, la mayoría de los kibutz son buenos hogares, lugares confortables donde vivir. Tenemos listas de espera y hay más miembros que nunca. Todos quieren venir a vivir a estos kibutz privatizados. Las personas dicen que es genial. Obtienen una buena casa y hay una buena comunidad que funciona mejor que la ciudad. Pagamos impuestos. Hay buena educación y buenos servicios de salud. Las personas están más próximas que en la ciudad. Es una agradable comunidad progresista, un confortable hogar suburbano. Pero no va a durar. Nos estamos quedando sin fuerzas.  

En el pasado, solíamos decir a las personas que no adherían a las ideas del kibutz: “OK, ustedes no creen. Fuera, váyanse. Nosotros somos esto”. Ahora esas personas nos dicen: “Vamos a quedarnos. También somos parte interesada, como ustedes, y vamos a cambiar esto para que se adapte a nosotros”. Lo que sucedió en Ein HaShofet es que me quedé en el kibutz, pero el kibutz abandonó el kibutz.

¿Qué sigue, entonces? ¿Hay un futuro?

Siento que el kibutz es muy importante, así que voy a intentarlo. Es necesario que haya un cambio, pero no solo un cambio hacia la privatización. Debemos encontrar un nuevo camino. No podemos confiar en aferrarnos al pasado, porque ya no existe. Las personas no lo llevan en el corazón. Creo que el kibutz necesita de un nuevo modelo, un modelo que yo llamo un “kibutz trenzado”. Allí habría distintos niveles de compromiso entrelazados. En el nivel más alto de compromiso, habría gente que compartiría una bolsa común. En los márgenes habría familias que vivirían de forma privada. Cada uno podría elegir su nivel de compromiso y todo estaría entrelazado. Habría un círculo común y general que los incluiría a todos.

¿Una sociedad compartida, incluso para aquellos que disienten con lo que esa sociedad significa?

Sí, una sociedad compartida, basada en la cooperación entre las diferencias.


Este artículo combina tres entrevistas llevadas a cabo en julio de 2021 y editadas para adaptar su extensión, así como para una mayor claridad. Traducción de Claudia Amengual.