Plough: Durante décadas los dos han trabajado como líderes cristianos en el barrio de Dorchester, en Boston. ¿Cuáles han sido sus reflexiones a lo largo de estas semanas desde el asesinato de George Floyd el pasado 25 de mayo?

Jacqueline Rivers: Ante todo, he estado pensando acerca de cuál debería ser la respuesta de la iglesia. Y he sentido un gran pesar porque la iglesia no ha desempeñado un papel claro. Parecería ser que los jóvenes manifestantes, muchos de los cuales no son personas de fe, están saliendo de a cientos de miles porque nosotros, la iglesia, no hemos hecho lo suficiente para avanzar en la justicia racial y, por ese motivo, Dios ha colocado esa responsabilidad sobre los hombros de los no creyentes.

Eugene Rivers: Es importante que la iglesia piense con más creatividad y preste más atención a la historia. Tengo edad suficiente para haber visto los disturbios de la noche de aquel 4 de abril de 1968, cuando Martin Luther King fue asesinado. La ira que los jóvenes sentían entonces fue creciendo a medida que el escenario de las luchas fue desplazándose más allá del Sur profundo hacia ciudades como Los Ángeles, donde habían tenido lugar los primeros disturbios graves. En la actualidad, el movimiento se ha ido consolidando desde la muerte de Trayvon Martin. Poco antes de la muerte de George Floyd, acontecieron la de Ahmaud Arbery y la de Breonna Taylor.

Y la iglesia —tanto la iglesia blanca como la iglesia negra— no ha analizado la naturaleza de esta crisis con la profundidad necesaria. Debemos mirarnos en el espejo y preguntarnos: “¿Dónde estábamos? ¿Cómo lograron los no creyentes exhibir este grado de solidaridad entre negros y blancos?”

Estos jóvenes han exhibido un nivel de solidaridad interracial que no habíamos visto en las iglesias desde Martin Luther King.

Jacqueline Rivers: Viví una experiencia sorprendente al respecto. A pesar de la pandemia, deseaba participar en algunas de las manifestaciones, así que fui a una de ellas en Franklin Park, aquí en Boston, y me impactó mucho una de las pancartas que vi. Era grande y la portaba un joven blanco. Decía: “Cuando llegue la policía, los blancos al frente”. Esto significa que él estaba dispuesto a usar su privilegio de hombre blanco para proteger a las personas negras que tenían más probabilidad de recibir peor trato de la policía. Eugene Rivers: Eso fue asombroso. Los hechos estaban moldeando el pensamiento de los blancos de una forma nunca vista en la historia reciente, desde el Movimiento por los Derechos Civiles, cuando los estudiantes blancos se movilizaron hasta el Sur y dieron un paso al frente. En ese gesto radicó el poder de James Chaney, Michael Schwerner y Andrew Goodman, los tres activistas por los derechos civiles asesinados por el Ku Klux Klan en 1964. Schwerner y Goodman fueron dos de las personas blancas que dieron un paso al frente. La muerte de George Floyd no tiene nada de nuevo. Las personas negras han estado luchando contra esto desde siempre. En los últimos ocho años, han ocurrido varias muertes como la de Trayvon Martin, Walter Scott, Eric Garner y una docena o más de hechos igual de horrendos. Pero en las últimas semanas el punto de inflexión ha sido la participación de los jóvenes blancos. Tengo discrepancias fundamentales con la organización Black Lives Matter y su agenda, pero creo que estos jóvenes han exhibido un nivel de solidaridad interracial que no habíamos visto en las iglesias desde Martin Luther King.

Se vuelve crucial que el cambio que sobrevenga de este movimiento no sea superficial y simbólico, sino estructural.

Jacqueline Rivers: Incluso durante el Movimiento por los Derechos Civiles, cuando King escribió su “Carta desde la prisión de Birmingham”, el grado de solidaridad entre negros y blancos dentro de la iglesia era muy cuestionable. No significa que no existieran cristianos blancos que hubieran ido al Sur para apoyar el Movimiento por los Derechos Civiles. Claro que los hubo, pero el nivel de solidaridad que hemos visto como respuesta a los últimos hechos de violencia policial parece superar todo lo visto con anterioridad en la iglesia.

Eugene Rivers: Y estas demostraciones han superado la Marcha sobre Washington de 1963. La Marcha sobre Washington llevó cerca de un cuarto de millón de personas. Esto es mucho más grande.

Raza y labor policial

Plough: ¿Por qué creen que el movimiento ha ganado tanta fuerza esta vez?

Jacqueline Rivers: Derek Chauvin presionó su rodilla sobre el cuello de George Floyd, aparentemente por ocho minutos y cuarenta y seis segundos. Un hombre murió a menos de un metro de su cara. Creo que esa sangre fría alimentó la indignación.

En el calor de una persecución es diferente. Incluso en un caso tan horrendo como el de Walter Scott, en Charleston, intervino la adrenalina. Pero en el caso de George Floyd, según lo que señalaron dos expolicías negros de Mineápolis, las manos de Chauvin estaban en sus bolsillos mientras presionaba con la rodilla el cuello de Floyd. Mató a sangre fría.

Alguien podrá decir: “Derek Chauvin no es más que un enfermo y no hubiera hecho la diferencia que el hombre bajo su rodilla fuera blanco o negro”. Pero apenas unos días después sucedió el asesinato de Rayshard Brooks en Atlanta. Y hay un largo historial de asesinatos extrajudiciales de hombres negros.

Hace poco vi un mensaje en las redes sociales que resume el cambio acontecido desde la muerte de Floyd. Se trataba de una mujer que comentaba un video. Parafraseo aquí sus dichos: “Hasta el momento no sabía bien qué pensar con respecto a la brutalidad policial. ¿Pero ahora? Eso es sencillamente asesinato”. Sin embargo, a pesar de su indignación, admitía no comprender a qué se refieren las personas cuando hablan de privilegio blanco. Según mi entender, ella representa el término medio de aquellas personas que en este momento están esforzándose por dar respuesta a preguntas vinculadas a la justicia racial.

¿Cómo expandimos el cambio estructural más allá de la labor policial y abordamos algunos de estos problemas subyacentes de mayor envergadura?

Eugene Rivers: Lo que no ha ayudado es la contaminación del debate nacional acerca de asuntos raciales en los principales medios de comunicación. Por ejemplo, The New York Times ha virado cada vez más del reportaje clásico a este periodismo estilo Proyecto 1619, subjetivo y autorreferencial, que evita la complejidad o la ambigüedad. Aun así, el impacto de la muerte de George Floyd se ha abierto camino a través de esto. 

A medida que la sociedad se ha vuelto más polarizada, la iglesia debe decir: Pensemos. No nos dejemos influir por la emoción y la retórica. Hay legítimas demandas de justicia, pero debemos responder con valentía, enmarcados en el agápē, y decir junto a aquel joven blanco en Franklin Park: “Cuando llegue la policía, nosotros iremos al frente”.

Jacqueline Rivers: La pandemia de Covid-19 también permite explicar la fuerza de este movimiento. La pandemia ha ilustrado con claridad el significado de términos como racismo sistémico e injusticia estructural de un modo tal que cualquiera puede entenderlos: “¡Ah!, ¿usted quiere decir que las personas negras están expuestas a un riesgo mayor a la Covid-19 porque tienen más probabilidad de trabajar en supermercados u otros trabajos esenciales, así como usar transporte público y vivir en alojamientos que no permiten el distanciamiento social? ¿Y que su tasa de mortalidad es más alta porque son más propensos a tener enfermedades preexistentes?”

Se vuelve, por tanto, crucial que el cambio que sobrevenga de este movimiento no sea superficial y simbólico, sino estructural. Por supuesto que muchas de las reformas sugeridas son, sin duda, buenas: cambios en las estrategias de la labor policial, prohibición de oprimir a alguien el cuello, desmilitarización de los cuerpos policiales. ¿Pero qué hay de asuntos más esenciales como introducir cambios en las prácticas de contratación de la policía? Estamos ante un problema de actuación policial desmedida cuando un delito menor que pasaría inadvertido en un barrio de blancos desencadena una reacción en un barrio de negros.

Aunque los cristianos debamos ser solidarios con los manifestantes, no podemos poner en riesgo nuestras creencias fundamentales.

Eugene Rivers: Los periódicos de Boston informan que más de quinientos policías de la ciudad perciben más de US$ 200,000 por año, en gran medida como resultado de un sistema con exceso de horas extras. Esto se transforma en un incentivo perverso: un arresto significa asistencia a la Corte para declarar, lo que implica horas extras. 

Jacqueline Rivers: Por esa razón, en algunas ciudades donde esos incentivos perversos existen, puede que sea válido el eslogan “Desfinanciar la Policía”. Volquemos el gasto hacia donde sea útil, en lugar de hacia donde sea perjudicial. Pero en otros lugares del país el problema es el opuesto. En esos casos quizá debamos pagar más a la policía de manera tal de atraer a oficiales más calificad0s, proveer mejor entrenamiento y lograr un mayor grado de responsabilidad.

Eugene Rivers: He visto ejemplos de esto de primera mano. Allá por 2014, antes del funeral de Michael Brown, visité Ferguson, el suburbio de St. Louis donde había sido asesinado. Permanecí allí tres días durante los cuales participé en las manifestaciones y deambulé por Florissant, donde se llevaban a cabo las marchas. Algo que aprendí en aquellos días fue que era una desgracia ser policía en Ferguson. Era un trabajo terrible, sobre todo debido a la profunda pobreza de esa comunidad. Queremos oficiales de policía de calidad, pero si es un empleo miserable, eso solo puede producir una labor policial deficiente. Está claro que las principales víctimas de este sistema policial fracturado son aquellas personas tratadas mal o injustamente o incluso asesinadas. Pero el pobre hombre que viste un uniforme puede ser otra víctima por tener un trabajo que apesta, que odia y que a nadie le importa.

¿Cuán radical sería que las personas blancas asistieran a iglesias negras y no tomaran las riendas?

Jacqueline Rivers: Por ese motivo la policía comunitaria es tan importante: una policía que haga rondas y entable relaciones con la comunidad. Es importante incluso para los propios oficiales de policía porque los ayuda a recordar que su trabajo no consiste en tratar con animales. Es posible que vean la peor versión de algunas personas, pero también verán que otras personas de la comunidad son buenas, cálidas, amables y afectuosas. Incluso aquella persona que muestra su peor versión no siempre se comporta así.

Plough: Lo que recuerda que los cristianos debemos conocernos a nosotros mismos en primer lugar. Y que, a pesar de que a veces podamos actuar de forma terrible, no implica que solo seamos eso.

Jacqueline Rivers: Aceptar que “Sin la gracia de Dios, nada soy” es fundamental.

Fotografía de Alisdair Hickson

Plough: Ustedes han promovido la policía comunitaria por más de dos décadas. ¿Qué han aprendido?

Jacqueline Rivers: En 1998 comenzamos a trabajar con activistas comunitarios y cuerpos policiales, locales y federales. Desde entonces nos reunimos todos los miércoles de mañana para discutir acerca de los desafíos que nuestro barrio enfrenta. El miércoles pasado tuvimos una teleconferencia para hablar acerca del malestar actual y muchos dejaron claro que tenemos buenos policías. Alguien dijo: “Si el departamento de policía retira oficiales de las calles de este barrio, la gente quiere saber dónde están nuestros policías”. Esto se debe a que tenían policías haciendo rondas a pie y desean conservar su policía local. En los barrios negros pobres la gente quiere tener policía. Saben que no todo oficial de policía es Derek Chauvin. Y que, a pesar de que algunas estructuras de la labor policial requieran un cambio, hay muchos policías que trabajan por el bien de la gente.

Plough: ¿Entonces no se trata de abolir la policía, como algunos reclaman?

Jacqueline Rivers: Por supuesto que no. Hay otra realidad de la que pocos quieren hablar. Con todo lo horrendo de las acciones de Derek Chauvin, el número de jóvenes negros que muere a manos de oficiales de la policía es pequeño comparado con el número de aquellos que mueren a manos de otros jóvenes negros. En general, no deseamos enfrentar esa pregunta cuya respuesta es mucho más difícil. Puedo condenar al policía blanco racista cuando es Derek Chauvin. Pero, ¿qué hago cuando el asesino es mi hijo, mi sobrino o el niño que vi crecer en la casa de al lado?

Bajo la superficie de esa circunstancia también hay racismo estructural. Esto implica desesperanza para obtener un empleo, falta de acceso a una educación de alta calidad y, lo peor, segregación residencial. ¿Importa si podemos o no podemos vivir junto a personas blancas? Solo en la medida en que los servicios públicos, la calidad de la educación, etcétera, sean mejores donde viven las personas blancas y peores donde viven las personas negras. Eso contribuye a una especie de nihilismo. ¿Cómo expandimos el cambio estructural más allá de la labor policial y abordamos algunos de estos problemas subyacentes de mayor envergadura?

El rol de la iglesia

Plough: Mencionaron antes que los cristianos han permanecido demasiado en la periferia del movimiento actual. ¿Qué tipo de respuestas debería dar la iglesia en el futuro?  

Jacqueline Rivers: La iglesia puede dar esperanza. Desde un punto de vista puramente secular es desalentador comprobar que, a pesar de algunos logros reales tales como la Ley de Derechos Civiles y la Ley de Derecho al Voto, los movimientos de los sesenta no eliminaron la supremacía blanca.

Pero nosotros, en tanto iglesia, sabemos que a la larga Dios está al mando. Él es la fuente de la rectitud y de la justicia, y la iglesia resistirá. Por lo tanto, si aceptamos nuestra responsabilidad, podemos comenzar a trabajar a largo plazo, más allá de los alcances del movimiento actual. Ya sea que este movimiento dure cinco o diez años, nosotros, en tanto iglesia, podemos ser la parte permanente de la solución.

Para esto la iglesia debe tener una comprensión profunda de lo que está sucediendo y debe estudiar los problemas en toda su complejidad. Eso significa persistencia y estudio, no solo abordar a la primera persona negra que pasa y preguntarle: “Explícame esto”.

Liberémonos de nuestra segregación racial en la Iglesia y veamos realmente cómo podemos trabajar juntos. Peter, me gustó una pregunta que hiciste en otra conversación que tuvimos: “¿Qué pasa con las personas blancas que van a iglesias negras?” Creo que las expectativas con respecto a la integración pasan por que las personas negras asistan a iglesias blancas. ¿Cuán radical sería que las personas blancas asistieran a iglesias negras y no tomaran las riendas? Con demasiada frecuencia esa es la expectativa.

Hay “principados y potestades” actuando sobre el racismo blanco. La única respuesta duradera es buscar el poder de Dios y confiar en su intervención.

Eugene Rivers: La iglesia necesita aprender cómo atraer a las personas. ¿Cómo podemos remodelar el lenguaje para que los jóvenes le presten atención? El Movimiento por los Derechos Civiles de los sesenta se valía del lenguaje de las Escrituras de un modo potente. Más recientemente notamos lo mismo en algunas frases bíblicas que aparecen en el hip hop. Por ejemplo, esa canción famosa de KRS-One que hace referencia al Apocalipsis: “Es el sonido da policía / Es el sonido da bestia”. Debemos reapropiarnos de nuestro lenguaje.

Y la iglesia debe ser fiel a sí misma. Aunque los cristianos debamos ser solidarios con los manifestantes, no podemos poner en riesgo nuestras creencias fundamentales. En algún momento, por ejemplo, tengo que enfrentar a la organización Black Lives Matter y su agenda anticristiana en lo que respecta a la sexualidad y al género. Porque con su rechazo al concepto de lo masculino y lo femenino están fomentando la guerra civil en la comunidad negra.

Plough: ¿Cómo hacemos los cristianos para ser solidarios sin alinearnos con aquellos aspectos del movimiento con los que no podemos estar de acuerdo?

Fotografía cortesía de la autora

Jacqueline Rivers: Es importante expresar a favor de qué se está. Cuando fui a la marcha todo el mundo llevaba una pancarta. Yo podría llevar una con un mensaje cristiano, una pancarta que hablara del Dios de la justicia. No siempre es sencillo dejar claro en contra de qué estamos en una situación como esa, pero es posible hacer una declaración contundente acerca de aquello que apoyamos. La marcha a la que asistí estaba copatrocinada por Black Lives Matter y por otro grupo. Y la abrieron con algo que para mí se parecía mucho a una oración cristiana. No todo aquel que dice “Black Lives Matter” está apoyando los puntos del manifiesto de la organización que entran en conflicto con nuestra fe.

Plough: Hace cinco años, John McWhorter escribió un provocador artículo titulado “Antirracismo, nuestra nueva religión imperfecta”. En las últimas semanas, hemos visto videos online en los que algunas personas blancas utilizaban símbolos y rituales aparentemente religiosos para autoabsolverse de la culpa: “Si asisto a los mítines correctos, si alzo mis manos y renuncio a mis privilegios blancos, si me arrodillo como Colin Kaepernick, seré uno de los buenos”. Y también están los estudiantes universitarios progresistas de clase media que vuelcan su desprecio mojigato sobre aquellos miembros de la clase trabajadora que aún no manejan bien la jerga antirracista. ¿Qué opinan al respecto?

Jacqueline Rivers: En una cultura que vira hacia una posición antirracista resulta tentador para estos jóvenes manifestantes blancos dejarse llevar por la corriente. Debemos preguntarles: ¿Están de verdad preparados para lidiar con lo que suceda cuando llegue el momento de elegir en qué barrio vivir o a qué tipo de escuela enviar a sus hijos? ¿Qué decisiones tomarán entonces? Creo que con demasiada frecuencia las decisiones reflejan un interés personal o familiar limitado, pero no son el tipo de decisión que provocará un cambio estructural.

Por ese motivo considero importante comenzar este proceso por la investigación y el estudio, que permitirán una comprensión de la naturaleza y de la historia de la supremacía blanca. Asimismo, permitirán apreciar cuán difícil es resolver problemas estructurales tales como la segregación residencial. Solo entonces podremos comenzar a trabajar con la mira puesta en un cambio a largo plazo.

Plough: Del mismo modo, varias de las corporaciones más grandes están demasiado encantadas tuiteando “#BLM”, pero cuando llega el momento de rezonificar o de hacer cambios económicos estructurales, ya no se muestran tan entusiastas.

Jacqueline Rivers: Exacto. Para las corporaciones, por supuesto, el objetivo final es hacer dinero. Si lo que les produce dinero ahora es decir “#BLM”, eso es lo que harán. Un asunto diferente es que de verdad cambien sus políticas o que dejen de tercerizar empleos porque afecta a las personas negras.

Plough: También es posible ver esto en el ámbito educativo, en instituciones muy ricas y exclusivas como Harvard, donde enseñas. Allí el lenguaje del igualitarismo antirracista luce especialmente disonante.

Jacqueline Rivers: Debes saber que Harvard está conmemorando el Día de la Emancipación hoy.

Plough: Entonces recibieron el mensaje.  

Jacqueline Rivers: Lo recibieron. Pero Harvard es quizá el lugar, en los círculos dentro de los que me muevo, donde la cultura antirracista es más fuerte. ¿Hasta qué punto eso redundará en un cambio estructural? Habrá que esperar para ver.

La guerra espiritual

Plough: Eugene, tú has escrito en Plough acerca de cómo los movimientos por la justicia racial se debilitan cuando ignoran la naturaleza espiritual de su lucha. ¿Cómo se aplica esto ahora?

Eugene Rivers: Los cristianos necesitan hablar de las raíces reales de la supremacía blanca. No se trata solo de opresión e injusticia, es el mal puro. Aquellos cristianos buenos, llenos del Espíritu, no están realmente preparados para comprender la profundidad del mal y del sadismo asociados con esta ira.  

Jacqueline Rivers: En palabras del apóstol Pablo (Ef 6:12), hay “principados y potestades” actuando sobre el racismo blanco. Solo hay que observar la inquietante persistencia de la supremacía blanca: ha mutado de la esclavitud a Jim Crow y a encarcelamientos en masa. En realidad, creo que acabar con ella es algo que está más allá del control humano. Debemos encararla por medio de la oración. Es algo que la iglesia puede aportar y que ninguno de estos jóvenes blancos radicales puede.  No entienden la verdadera naturaleza del problema. No reconocen que la única respuesta duradera es buscar el poder de Dios y confiar en su intervención.

Eugene Rivers: La supremacía blanca es un mal sobrenatural que ha sembrado el caos en el mundo. Nosotros, en las iglesias, hemos retrocedido y no lo hemos enfrentado. ¿Puedo esperar que los jóvenes manifestantes del Black Lives Matter enfrenten de forma adecuada algo que yo mismo no estoy preparado para enfrentar? Esto es un pecado, un fracaso de la iglesia. La respuesta es la oración a la que Jackie hizo referencia.

Jacqueline Rivers: Además de la oración, el asunto de la unidad es importante. Si albergamos en nuestro corazón las mismas inclinaciones racistas que provienen de la supremacía blanca, no podemos estar unidos en el poder del Espíritu para resistirla. Por lo tanto, es importante que trabajemos por esa unidad entre las iglesias blancas y negras. Esto implica que las iglesias blancas se hagan cargo de aquellos asuntos que son importantes para las iglesias negras. “¿Estás trabajando en asuntos vinculados al embarazo adolescente? ¿Estás trabajando en educación pública?” Quizá solo estés luchando para sobrevivir como una iglesia negra en un barrio que está atravesando un proceso de gentrificación.

Debemos orar. Debemos arrepentirnos. Y luego debemos enfrentar la verdad.

Eugene Rivers: Creo que la iglesia tiene una oportunidad única y singular en la historia. Y Dios es bueno con nosotros: nos da esos momentos de kairós cuando, si nos humillamos y oramos, él sanará la tierra. Él lo hará, pero debemos estar deseosos por orar, buscar el rostro de Dios y humillarnos.

Jacqueline Rivers: Y apartarnos del mal camino. Debemos enfrentar la historia de la iglesia blanca y nuestra complicidad en la supremacía blanca. Desde los tiempos de la esclavitud ha habido un componente de la iglesia que no se ha alzado en defensa de la justicia racial. Algunos de los más poderosos partidarios de la esclavitud eran miembros blancos del clero que preconizaban una práctica tan cruel como esa sobre la base de las Escrituras. De hecho, las iglesias bautistas, metodistas y presbiterianas se separaron porque las congregaciones sureñas estaban demasiado comprometidas con la tenencia de esclavos. En el siglo veinte hubo algunos esfuerzos de reconciliación, pero muchas iglesias blancas, particularmente del Sur, no se opusieron a la injusticia racial de forma debida. En épocas recientes se ha informado acerca de algunos cristianos negros que abandonaron iglesias blancas por su apoyo a políticas racistas. Debemos enfrentar esto.

Eugene Rivers: Debemos orar. Debemos arrepentirnos. Y luego debemos enfrentar la verdad. Las iglesias deben entender con mayor claridad que la intercesión de la oración es un recurso político indispensable para esta lucha. Durante los momentos más intensos de las campañas no violentas de Birmingham y Selma, cuando la policía le hacía frente con violencia, el Rvdo. Martin Luther King Jr. se arrodillaba y oraba por sus enemigos. Esta acción de oración intercesora por las víctimas de la violencia terrorista, así como por sus perpetradores, era una expresión transformadora del poder de Dios. Al igual que Jesús, King oraba al Padre para que perdonara a aquellos que no sabían lo que hacían.

El teólogo Walter Wink dijo con perspicacia: “La intercesión es la resistencia espiritual a lo que es, en nombre de lo que Dios ha prometido. La intercesión permite visualizar una alternativa de futuro distinta de aquella aparentemente predestinada por el empuje de las fuerzas contradictorias actuales”. En esta época de gran confusión y división en este país, los cristianos deben comprender que la historia pertenecerá a los intercesores. Tal como antes mencioné, Dios dice: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos y perdonaré sus pecados y sanaré su tierra” (2 Cr 7:14)

En todo este asunto debemos aprender de William Stringfellow, tal como escribí en mi artículo para Plough. Me gustaría citarlo:

La monstruosa herejía americana está en pensar que todo el drama de la historia acontece entre Dios y la humanidad. Pero desde el punto de vista bíblico, teológico y empírico la realidad es distinta: El drama de esta historia acontece entre Dios y la humanidad y los principados y potestades, las grandes instituciones y las ideologías en actividad en el mundo… O, dicho de otro modo, el racismo no es un mal en el corazón o la mente de las personas; el racismo es un principado, un poder demoníaco, una imagen representativa, una encarnación de la muerte sobre la que los humanos tienen poco o ningún control, pero que ejerce una espantosa influencia en su vida.

A diferencia de Stringfellow, reconocemos los efectos de la supremacía blanca en el corazón y la mente humanos, así como en las instituciones. Pero, más importante, sabemos que Dios nos ha dado el poder para combatir y finalmente vencer a los principados y potestades a través de su Hijo, nuestro Salvador.

Eso significa orar como los cristianos del Nuevo Testamento, de manera tal que el poder del Espíritu Santo se derrame como en Pentecostés. Debemos discernir con claridad cuáles son los principados y potestades contra los que luchamos. Debemos orar y enseñar en contra de ellos. Es entonces cuando entra en juego la valentía. Implica una valentía extraordinaria decir: “La supremacía blanca es un espíritu demoníaco. Su fuente es el mal puro. Pero el Espíritu de Dios en Jesucristo es más fuerte”.


Esta entrevista, que ha sido editada para mayor claridad y concisión, fue realizada por teléfono el 19 de junio de 2020. Traducción de Claudia Amengual.