Tu disfrute del mundo nunca será pleno hasta que cada mañana te despiertes en el cielo; te veas a ti mismo en el palacio de tu Padre; y contemples los cielos, la tierra y el aire como alegrías celestiales: teniendo una estima tan reverente por todo, como si estuvieras entre los ángeles. La esposa de un monarca en la cámara de su marido no tiene motivos de alegría iguales que los tuyos.
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Nunca disfrutarás del mundo como es debido hasta que el mar fluya por tus venas, hasta que te vistas con los cielos y te corones con las estrellas; y te percibas el único heredero del mundo entero, y más que eso, porque en él hay hombres que son tan únicos herederos como tú. Hasta que no puedas cantar y regocijarte y deleitarte en Dios, como los avaros lo hacen con el oro y los reyes con los cetros, nunca disfrutarás del mundo.
Hasta que tu espíritu llene el mundo entero y las estrellas sean tus joyas; hasta que estés tan familiarizado con los caminos de Dios en todas las épocas como con tu paseo y tu mesa; hasta que conozcas íntimamente esa nada sombría de la que se creó el mundo; hasta que ames a los hombres de tal manera que desees su felicidad con una sed igual al celo de la tuya; hasta que te deleites en Dios por ser bueno con todos; nunca disfrutarás del mundo. Hasta que lo ames más que tu propiedad privada, y estés más presente en el hemisferio, considerando las glorias y las bellezas que hay allí, que en tu propia casa; hasta que recuerdes cuán recientemente fuiste creado, y cuán maravilloso fue cuando llegaste a él; y te regocijes más en el palacio de tu gloria que si hubiera sido creado esta misma mañana.
Hasta que no puedas cantar y regocijarte y deleitarte en Dios, como los avaros lo hacen con el oro y los reyes con los cetros, nunca disfrutarás del mundo.
Es más, nunca disfrutarás del mundo como es debido hasta que ames tanto la belleza de disfrutarlo que seas codicioso y ferviente por persuadir a otros a disfrutarlo. Y odies tan perfectamente la abominable corrupción de los hombres al despreciarlo, que prefieras sufrir las llamas del infierno antes que ser culpable de su error. Hay tanta ceguera, ingratitud y maldita locura en ello. El mundo es un espejo de infinita belleza, pero nadie lo ve. Es un templo de majestad, pero nadie lo considera así. Es una región de luz y paz, si los hombres no la perturbaran. Es el paraíso de Dios. Significa más para el hombre desde su caída, de lo que hizo antes. Es el lugar de los ángeles y la puerta del cielo. Cuando Jacob despertó de su sueño, dijo: “Ciertamente Jehové está en este lugar, y yo no lo sabía. ¡Cuán asombroso es este lugar! No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo”.
Traducción de Coretta Thomson. Fuente del original: Thomas Traherne, Centuries of Meditations (London: Bertram Dobell, Ed., 1908) 20–21.