My Account Sign Out
My Account
    Ver carrito

    Subtotal: $

    Caja
    painting of a man playing a fiddle

    Todos somos violinistas en el tejado

    Sesenta y un años después, ¿qué puede enseñarnos sobre tradición un clásico de los musicales?

    por Joy Marie Clarkson

    lunes, 22 de septiembre de 2025

    Otros idiomas: English

    0 Comentarios
    0 Comentarios
    0 Comentarios
      Enviar

    La sabiduría literaria establece que las comedias concluyen en matrimonio, y las tragedias en muerte. Según este criterio, el musical El violinista en el tejado, que el pasado domingo cumplió sesenta y un años desde su estreno en Broadway el 22 de septiembre de 1964, es una comedia. Basado en la colección de cuentos cortos en ídish Tevye y sus hijas (1905), el musical narra la vida y los problemas del lechero piadoso Tevye, personaje que se volvió icónico por la interpretación de Topol en la versión cinematográfica de 1971, en la ciudad ficticia de Anatevka. Es difícil ser un campesino judío en la Rusia imperial, pero más difícil aún es ser un campesino con cinco hijas a quienes tienes que casar sin mucho dinero para pagar sus dotes. Aunque el casamentero del pueblo Yente hace su mejor esfuerzo por encontrarle parejas a las tres hijas de Teyve en edad de casarse, cada una termina encontrando el amor en sus propios términos. La mayor parte del musical narra la frustración de Tevye porque la vida nunca sale como él espera, y Golda, su esposa, regañándolo por ello. Pero, como en cualquier buena comedia de Shakespeare, al final del musical las tres hijas mayores de Tevye se han casado.

    La vida en Anatevka es un baile peligroso, como el de un violinista en un tejado. Y lo que ayuda a Teyve a mantener el equilibrio es, tal como declara el icónico número inicial, ¡la tradición! Anatevka es un shtetl ficticio de la Zona de Asentamiento, una región del Imperio Ruso desde finales del siglo XVIII a principios del XX donde se permitía a los judíos establecer su residencia permanente. En las ciudades del resto de Rusia, mayoritariamente se les prohibía residir. Estas comunidades hacían posible que la fe y la cultura judía persistieran a pesar de la persecución, pero su existencia era precaria y a menudo persistía la pobreza: algo que el musical aborda con un tono juguetón que, sin embargo, conserva la indigencia y la precariedad de la vida en el shtetl. Tevye describe la tradición como aquello que da forma y sentido a esta vida difícil, desde la ropa que visten hasta la comida que comen y la forma en la que rezan. ¿De dónde vienen todas estas tradiciones? “¡No lo sé!” declara Tevye, quien suele comenzar todas las frases con “Como dice el Gran Libro...” antes de proceder a compartir su opinión idiosincrática. Y, sin embargo, a pesar de la ambigüedad de sus orígenes, la tradición, ese conjunto de conocimientos y prácticas que se ha transmitido de generación en generación, ofrece seguridad y certeza a los habitantes de Anatevka. Con la tradición, dice Tevye, “cada uno de nosotros sabe quién es y qué espera Dios de él”.

    Sin embargo, el musical parece poner a prueba esta audaz afirmación, ya que a menudo no queda muy claro qué espera Dios de Tevye. Cuando su hija rechaza la pareja que le han concertado, prefiriendo al pobre sastre por sobre el rico carnicero viudo, Tevye se enfrenta a una decisión: abandonar la tradición o hacer infeliz a su hija. ¿Cuál debe elegir? ¿Puede la tradición amoldarse para acomodar la felicidad de su hija? Las circunstancias que desafían la idea de tradición de Tevye son recurrentes.

    painting of a man playing a fiddle

    Marc Chagall, El violinista, óleo sobre lienzo, 1913.

    Hay algo admirable sobre la vida de Tevye, algo misterioso y poderoso en su respeto a la tradición. En estos tiempos aterradores y caóticos, la tradición con “T” mayúscula puede parecer un refugio, una fortaleza contra la marea de continuas agresiones y la soledad de la vida moderna. Pero una de las revelaciones más importantes del musical es que la tradición no rescata a Tevye de las ambigüedades de la vida. A pesar de su devoción por la tradición religiosa, sigue encontrándose en una encrucijada cuando la felicidad de su hija está en juego. Tevye se esfuerza sinceramente por descubrir qué es lo correcto, a menudo recurriendo a las escrituras, cuyas historias suelen ser mucho más ambiguas que las tradiciones que inspiraron. Por ejemplo, mientras Tevye duda sobre si dejar que su hija se case sin la bendición de un casamentero, observa cómo Adán y Eva no tuvieron un casamentero. Los patriarcas y profetas mintieron, tropezaron y tuvieron hijos predilectos; el testimonio bíblico no es el de tradiciones claras seguidas a la perfección, sino el de seres humanos imperfectos que intentan interpretar y hacer lo que Dios les pide. Entonces, incluso con la guía de la tradición, Tevye se enfrenta a preguntas difíciles que la tradición no discierne. Sonando de fondo en las escenas donde Tevye intenta determinar qué es lo correcto, qué le exige la tradición, qué le pediría Dios, está el tema interrogativo del violinista. El guiño musical le recuerda a Tevye que la tradición no es estabilidad, sino el misterio de una vida fiel, dejando que las exigencias del pasado y el momento presente coexistan con la tensión suficiente para lograr un balance.

    Pero lo que distingue la devoción de Tevye por la tradición sobre todo lo demás es que no se trata primordialmente de una devoción ciega a una lista estricta de reglas, sino una vida continuamente dirigida a Dios. Cuando volví a ver la versión de 1971, me sorprendió recordar que la película entera es narrada como una oración de Tevye dirigida a Dios. En los momentos cuando le cuesta saber qué es lo correcto, la cámara se aleja de una escena congelada y él habla con Dios. El violinista toca su tema interrogativo mientras Tevye intenta oír a Dios, guiarse por la tradición, y no perder el equilibrio. La idea parece ser que esto mismo, la tensión entre cómo ha sido el mundo y cómo lo encontramos en todas sus complicaciones actuales, vivido ante Dios y en conversación con la comunidad, esto mismo es la tradición. Gustav Mahler escribió la frase célebre: “La tradición no es la adoración de las cenizas, sino la preservación del fuego”. Pero quizás para Tevye lo más apropiado sería decir que la tradición no es una lista de reglas a seguir, sino la preservación de una conversación divina vivida en comunidad. Esto se refleja en las evaluaciones verbales que Tevye hace de sus propias decisiones, no solo a la luz de su comunidad inmediata y su tradición religiosa, sino también de las vidas de los personajes de los textos sagrados que adora; él es parte de una larga conversación divina que nunca termina.

    Desde luego, esto no significa que mantener el balance sea sencillo. La mitad del musical se compone de los desvaríos y delirios de Tevye, y cómo se la pasa revertiendo frenéticamente sus decisiones. Pero parece que esto también es una parte de la melodía del violinista. Si la tradición es lo suficientemente fuerte como para perdurar, como lo ha hecho por muchas generaciones, debe contemplar la inestabilidad de los seres humanos, sus vacilaciones y dudas. Esto también es tradición: la transgresión de la tradición, la burla chistosa de “el papá” es en parte lo que hace que el violinista no se caiga del tejado. A medida que la película se acerca al final, parece que la visión de Tevye sobre la tradición podría amoldarse para abarcar casi cualquier cosa; después de todo, él ha consentido el matrimonio de dos de sus hijas fuera de lo habitual. Pero en El violinista en el tejado, la tradición puede estirarse tanto que acaba rompiéndose. Y para Tevye, ese punto de quiebre es el matrimonio fuera de la fe.

    Dije que El violinista en el tejado acabó como una comedia porque concluye con un matrimonio y no con una muerte, pero quizás no sea cierto del todo. Al final del musical una de las hijas de Tevye está muerta, al menos para él. Luego de descubrir que su hija Chava se ha casado en secreto con Feydka, un joven ruso ortodoxo, Tevye, dirigiéndose una vez más a Dios, intenta aceptar la elección de su hija dentro de la tradición, con la melodía del violinista sonando de fondo. Su lamento confuso y tierno, mientras intenta comprender el matrimonio de su hija, es uno de los más conmovedores del musical. “Pajarito pequeño, Chaveleh”, canta Tevye, llamándola por un diminutivo de su nombre, “No entiendo qué está pasando hoy”. En la película, mientras Tevye canta la canción, la cámara se aleja para enfocar a las tres hijas que bailan juntas al son del violinista. Sus dos hermanas, Tzeitel y Hodel, son abordadas por sus respectivos maridos, que las sacan de la pantalla bailando al ritmo. Por el contrario, Feydka se queda quieto y le hace señas a Chava para que se aleje de la escena, y ambos salen corriendo de la pantalla, sin bailar al son del violinista; Chava ya no está dispuesta a mantener el equilibrio del baile de la tradición en un tejado.

    “Te ruego que nos aceptes” le suplica Chava mientras concluye la secuencia.

    Y Tevye, quien ha intentado cambiar y amoldarse a los tiempos, confiesa: “Si intentara doblarme tanto, me quebraría”, antes de darle la espalda, mientras suena una airada versión de la canción inicial, “Tradición”, y su hija queda atrás con el corazón roto. A solas en el escenario, el tema inquisitivo del violinista vuelve a sonar como si preguntara: “¿Es esto lo que exige la tradición?”. Incluso, o quizás especialmente, en esta aplicación tan estricta de la tradición, Tevye no se libra de la incertidumbre ni del dolor, sino que se ve sumido en ellos.

    Y esta pérdida se acentúa aún más por la amenaza que late bajo la superficie del musical: los pogromos rusos de principios del siglo XX. Estos violentos ataques a las comunidades judías iniciaron a finales del siglo XIX, hasta que estas estallaron y provocaron una migración masiva, buscando una vida más segura en el extranjero. La elección de Chava de casarse con un ortodoxo ruso representa no solo un rechazo a la fe de su familia, sino también el abandono de su lucha por sobrevivir en una tierra hostil. Y a medida que el musical llega a su fin, queda claro que quizás la mayor amenaza para la fidelidad de Tevye a la tradición no es el mundo cambiante y modernizante, sino la expulsión violenta de su pueblo del lugar que han venerado y llaman hogar.

    El musical, aunque alegre y cautivador, está impregnado de la amenaza de violencia repentina. Cuando Tevye acepta la propuesta de casamiento del viejo carnicero Lazar Wolf con su hija mayor, van a la taberna a celebrar. La escena es absurda: Tevye se emborracha con su futuro yerno que es mayor que él. Y, sin embargo, en medio de esta absurdez cómica, hay un momento donde el potencial de violencia se desborda y llena la escena de tensión. La taberna se divide en dos: por un lado, los hombres judíos, con sus borlas de oración colgando y sus sombreros aún puestos, y por otro, los rusos, con su sedoso cabello rubio y amplias túnicas. En un momento dado, Tevye, borracho, traspasa torpemente la línea invisible que divide la sala y choca con uno de los rusos. La taberna se queda en silencio y observa. Durante un momento de suspenso, parece que el joven ruso se ofenderá con Tevye y comenzará una pelea. Pero entonces se pone a bailar, celebrando la buena fortuna de Tevye. La escena es estridente, alegre, absurda y aun así la sensación de que este momento de frivolidad humana podría perfectamente haber evolucionado hacia la violencia deja una impresión fuerte y temerosa. Esta se materializa cuando un oficial ruso le informa a Tevye que los locales planean “disturbios” en Anatevka, por no decir un pogromo. El oficial de policía le avisa esto a Tevye, casi como un acto de amistad. “Siempre me has caído bien, Tevye” dice el oficial, agregando sin ironía ni vergüenza: “aunque seas judío”.

    La violencia finalmente estalla en la boda de la hija mayor de Tevye. Esta escena es acompañada de una de las canciones más memorables del musical, con toda la comunidad cantando “Sunrise, Sunset” mientras la pareja se une debajo de un jupá, en un solemne recordatorio de que la vida está “cargada de felicidad y lágrimas”. Al igual que la escena de la taberna, aquí las tensiones por viejos rencores se disipan con el baile, la alegría y las risas. Pero esta alegría se ve truncada por un golpe repentino y aterrador; este es el momento que los poderes imperiales han elegido para el pogromo, este es el problema que había advertido el policía. En un interludio brutalmente breve, los soldados rusos llegan a caballo, vuelcan mesas, incendian casas y destrozan las almohadas de plumas de ganso que habían regalado con cariño a la nueva pareja. El pogromo es preciso y moderado, dañando la propiedad, pero no a las personas. Sin embargo, el mensaje es claro y se puede palpar la devastación emocional. El musical cambia en un instante de comedia a tragedia, de felicidad a lágrimas, del amanecer al atardecer. Concluye con el éxodo masivo de Anatevka. En el número final, lo que parece preocupar a los residentes no es su supervivencia, sino si podrán continuar con sus preciadas tradiciones. Sus preguntas lastimeras mientras empacan sus cosas y se marchan parecen hacer eco del lamento del Salmo 137:4: “¿Cómo cantaremos cántico de Jehová en tierra de extraños?” En esta escena final, recordando su ambivalencia sobre los orígenes de la tradición en el número inicial, Tevye vincula su propia experiencia con las andanzas de Abraham y teoriza: “Quizás por eso siempre llevamos sombrero”.

    Hoy en día un gran número de personas, especialmente los jóvenes, se sienten atraídos a la idea de la tradición. Muchos ven en ella una fuerza contracultural que se resiste a la creciente alienación y desesperación. Se imaginan casándose jóvenes y teniendo una prole numerosa, renunciando a sus trabajos de oficina para irse a vivir a una granja. Idealizan lo antiguo, lo agrario, lo tradicional. Practican su fe con una piedad seria y solemne: cuanto más antigua es la tradición, mejor es la liturgia. Y, sin lugar a duda, muchos de estos deseos se basan en instintos inocentes e incluso buenos. Pero mientras veía El violinista en el tejado pensé en la distancia que existe entre la lucha piadosa de Tevye contra el sufrimiento y la incertidumbre de su vida y lo que ha llegado a caracterizar a cierto tipo de “tradicionalismo” en nuestros días. Dejando en evidencia la banalidad del agrarismo idealizado por cuentas anónimas en línea, que dejan su trabajo en la ciudad para dedicarse a la agricultura, está Tevye, el piadoso judío al que no se le permite vivir en la ciudad por ser judío, y que le pregunta a Dios si convertirlo en un hombre rico “estropearía algún vasto plan eterno”. En claro contraste con la esposa lechera, tradicionalista y sexualizada que vende grasa vacuna a sus seguidores en Instagram está Tevye, el lechero, que ama sinceramente al Dios con el que está molesto por haber hecho cojo a su caballo antes del Sabbat. Pero tal vez el ejemplo de Tevye tenga algo que enseñarnos sobre la tradición.

    En primer lugar, Tevye nos recuerda que la tradición no nos puede salvar de la incertidumbre, de la ambigüedad, del dolor. En un mundo tan incierto como el nuestro, puede resultar tentador pensar que la tradición actuará como un baluarte, refugiarnos en un dogmatismo rígido que nos promete decirnos quiénes somos y qué espera Dios de nosotros. Pero, como nos muestra el ejemplo de Tevye, incluso en las comunidades más unidas que siguen con mayor fervor las tradiciones, no siempre está claro qué debemos hacer; y quiénes somos cambiará con el tiempo. La tradición no nos rescatará de las ambigüedades y frustraciones de la vida, pero sí nos dará un contexto en el cual podemos encontrar nuestra huella y a nosotros mismos. Es una visión muy moderna la que considera la tradición como una lista de reglas y creencias a seguir. Por el contrario, la tradición de Tevye es un misterio en el que se sumerge, sin renunciar al discernimiento, sino haciendo todo lo posible por mantener el equilibrio en el tejado de la vida, sabiendo que a veces la gente se reirá de él. La tradición no nos invita a tomarnos más en serio sino a descubrir que nuestras vidas son muy pequeñas en el esquema de esta larga conversación, permitiéndonos también reírnos de nosotros mismos.

    En segundo lugar, Tevye nos muestra que la tradición debería ser primera y principalmente dirigida a Dios. Me parece a veces que los tradicionalistas más fervientes de nuestra época olvidan que la propia tradición advierte de sus fracasos. En las mismas escrituras que dictan las tradiciones que Tevye intenta seguir fielmente está la renuncia a esas tradiciones cuando distraen de lo esencial: el amor a Dios y al prójimo. “Aborrecí, abominé vuestras solemnidades”, declara el profeta Amós en nombre de Dios, “y no me complaceré en vuestras asambleas. Y si me ofreciereis vuestros holocaustos y vuestras ofrendas, no los recibiré, ni miraré a las ofrendas de paz de vuestros animales engordados. Quita de mí la multitud de tus cantares, pues no escucharé las salmodias de tus instrumentos” (Amós 2:21-24). La tradición está pensada para acercarnos a Dios, y ella misma nos aleja de sus adornos y prácticas cuando estos interfieren en esta vocación esencial; y esta renuncia es, en sí misma, un retorno a la tradición.

    Mientras miraba El violinista en el tejado me puse a pensar en las olas de migración que están ocurriendo en Europa, Estados Unidos y otras partes del mundo. En los últimos años, multitudes han sido expulsada de sus antiguos hogares por los caprichos de las fuerzas imperialistas, la violencia religiosa y étnica, la guerra y los desastres naturales. No conozco la solución a esta crisis, pero ahora cuando rezo recuerdo a aquellos que, al igual que Tevye, les cuesta encontrar una forma de practicar sus tradiciones, de vivir una vida dirigida a Dios en una comunidad que está dispersa o incluso destruida. Cientos de miles de personas alrededor del mundo se preguntan, al igual que los habitantes de Anatevka, “¿Cómo cantaremos cántico de Jehová en tierra de extraños?” Observar el desarrollo de este dolor en la película me generó un sentimiento de tristeza y urgencia por aquellos que luchan por mantener su fe y seguir sus tradiciones, incluso al verse arrastrados a lugares desconocidos, donde son rechazados, mal recibidos e incluso despreciados por sus nuevos vecinos. Mientras aprendo de la comprensión que Tevye tiene de la tradición, también oro por todos aquellos que intentan vivir una vida fiel acosados por la proximidad de la tragedia y el exilio, una vida tan frágil como la de un violinista en un tejado.


    Traducción de Micaela Amarilla Zeballos

    Contribuido por JoyClarkson2 Joy Marie Clarkson

    Joy Marie Clarkson es doctora en Teología por la Universidad de Saint Andrews.

    Aprender más
    0 Comentarios