Actuó con todo su poder: deshizo los planes de los orgullosos.

—Lc. 1:51

No hay quizás nada que nosotros, gente moderna, necesite más que ser realmente sacudidos. Donde la vida es firme necesitamos sentir su firmeza y donde es inestable e incierta y no tiene ninguna base, también tenemos que conocer esto y soportarlo.

Podemos preguntarnos: ¿por qué Dios envía huracanes sobre la tierra, por qué el caos, donde todo aparece sin esperanza y oscuro, y por qué parece no tener fin el sufrimiento humano? Tal vez es porque hemos estado viviendo en la tierra apoyados en una seguridad totalmente falsa y llena de mentira. Y hoy, Dios golpea la tierra hasta que resuena, ahora sacude y destroza, no para aporrearnos con miedo, sino para enseñarnos una cosa: el anhelo más profundo del espíritu.

Muchas de las cosas que están sucediendo hoy en día no habrían ocurrido, si hubiéramos estado viviendo en ese anhelo, esa inquietud del corazón, que viene cuando nos encontramos con Dios y cuando vemos claramente las cosas tal y como son en realidad. Si hubiéramos hecho esto, Dios habría intervenido para detener muchas de las cosas que ahora sacuden y abruman nuestras vidas. Nosotros hubiéramos llevado a término y juzgado los límites de nuestra propia competencia.

Pero hemos vivido en una falsa confianza, en una desilusionante seguridad. En nuestra espiritualidad insana realmente creemos que podemos bajar las estrellas del cielo y encender llamas de eternidad en el mundo. Creemos que, con nuestras propias fuerzas, podemos evitar peligros, desaparecer la noche y apagar y detener el temblor interno del universo. Creemos que podemos aprovechar todo y hacerlo encajar en un esquema final que perdurará.

Aquí está el mensaje de Adviento: frente a quien es el último, el mundo empezará a temblar. Solo cuando no nos aferremos a falsas seguridades, nuestros ojos podrán ver a este último y llegar al fondo de las cosas. Solo entonces tendremos la fuerza para vencer el terror en el que Dios ha dejado al mundo hundirse. Dios usa estos terrores para despertarnos del sueño, como dice Pablo, y nos muestra que es tiempo de arrepentirnos, es hora de cambiar las cosas. Es el momento de decir: “Está bien, era de noche, pero ahora dejemos que termine y estemos listos para el día”. Nosotros tenemos que hacer de esto una decisión, producto de los mismos horrores que experimentamos. En consecuencia, nuestra decisión será inamovible, incluso en la incertidumbre.

Si queremos que el Adviento transforme nuestros hogares, nuestros corazones e incluso a las naciones, entonces la gran pregunta para nosotros es, si vamos a salir de las convulsiones de nuestro tiempo con esta determinación: ¡Sí, levántate! Es hora de despertar del sueño. Un despertar debe empezar en alguna parte. Es hora de regresar las cosas a donde Dios las destinó. Es hora, para cada uno de nosotros, de trabajar y poner nuestra vida en el orden de Dios, en todo lo que podamos, con la certeza de que el Señor vendrá. Donde la palabra de Dios es escuchada, Él no ocultará la verdad; donde nuestra vida se rebele, Él nos va a reprender.

Necesitamos personas que, atravesando por calamidades terribles, emergen de ellas con el conocimiento de que, mirando al Señor, son preservadas por Él, aún si son perseguidas de la tierra.

El mensaje de Adviento sale de nuestro encuentro con Dios, con el evangelio. Por lo tanto, es el mensaje que sacude, de modo tal que, al final, el mundo entero será sacudido. El hecho de que el Hijo del hombre vendrá otra vez es más que una profecía histórica, es también un decreto; la llegada de Dios y la sacudida de la humanidad están conectadas de modo alguno. Si somos interiormente inertes, incapaces de ser genuinamente alentados, si llegamos a ser obstinados y duros, superficiales y mezquinos, entonces Dios mismo va a intervenir en los acontecimientos mundiales. Él nos enseñará lo que significa vivir en confusión y estar agitados interiormente. Entonces la gran pregunta para nosotros es: ¿somos capaces de estar verdaderamente conmocionados o vamos a continuar endurecidos viendo miles de cosas que sabemos que no deberían ser? y ¿de qué manera nos hemos vuelto indiferentes y nos hemos acostumbrado a las cosas que no deberían ser?

Estar conmocionados, sin embargo, fuera de nuestra complacencia patética, es sólo una parte del Adviento. Hay mucho más que le pertenece. El Adviento está bendecido con las promesas de Dios, las cuales constituyen la felicidad oculta de este tiempo. Estas promesas encienden la luz en nuestros corazones. Ser quebrantado, ser despertado, esto es necesario para el Adviento. En la crudeza de despertar, en el desamparo de volver en sí, en la miseria de darnos cuenta de nuestras limitaciones, los hilos de oro que pasan entre el cielo y la tierra nos alcanzan. Estos hilos dan al mundo una prueba de la abundancia que puede tener.

No debemos rehuir a este tipo de pensamientos del Adviento. Debemos dejar que nuestro sentido interior vea y que nuestros corazones lleguen lejos. Entonces, encontraremos tanto la seriedad del Adviento como sus bendiciones de una manera diferente. Si nosotros prestamos atención, escucharemos el mensaje que nos está llamando a animarnos, consolarnos y elevarnos.


Seleccionado de Watch for the Light. Traducción de Coretta Thomson.