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Él nos salvó, no por nuestras propias obras de justicia sino por su misericordia. Nos salvó mediante el lavamiento de la regeneración y de la renovación por el Espíritu Santo, el cual fue derramado abundantemente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro Salvador. Así lo hizo para que, justificados por su gracia, llegáramos a ser herederos que abrigan la esperanza de recibir la vida eterna. Tito 3:5-7

Señor nuestro Dios, que tu luz alumbre en nuestros corazones, la luz que nos puede alegrar y guiar hasta calmar todo nuestro anhelo. Que la naturaleza superior, nacida en nosotros, sea cada vez más fuerte, para que la naturaleza inferior y perecedera no nos domine. Concédenos ser vencedores y que nuestros corazones se regocijen por tener el privilegio de luchar por el bien supremo, porque somos tus hijos y podemos compartir en lo que es eterno. Amén.