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Las tareas y ocupaciones del día se acumulan cuando nos despertamos cada mañana—si es que no han disipado ya nuestro descanso nocturno. ¿Cómo se puede acomodar todo en un día? ¿Cuándo haré esto, y cuándo eso? ¿Cómo se logrará hacer todo? Turbados así, estamos tentados a andar a la carrera y apurados. Por lo tanto, deberíamos tomar las riendas y recordar a nosotros mismos: Dejar a un lado los planes. La primera hora de la mañana es para Dios. Aborda el trabajo diario que él te encomienda, y él te dará la fuerza para lograrlo.


Fuente: Essays on Woman