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Te creías indiferente al elogio por éxitos que tú mismo no habrías estimado como tuyos; o que, si hubieses sentido la tentación de sentirte halagado, siempre habrías recordado que el elogio recibido sobrepasaba por mucho lo que los hechos justificaban. Te creías indiferente—hasta que sentiste el brote de tus celos ante los ingenuos intentos de otro por «hacerse el importante», y quedó expuesta tu vanidad. Respecto a la dureza del corazón y su mezquindad, quisiera leer con los ojos abiertos el libro que mis días están escribiendo—y aprender.


Fuente: Markings