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La vida nunca vino por la ley. Cuando la ley fue dada, tres mil hombres perdieron la vida; pero cuando la gracia y la verdad vinieron en Pentecostés, tres mil obtuvieron la vida. Bajo la ley, si un hombre se volviera un borrachín, los magistrados lo sacarían y lo apedrearían hasta la muerte. Cuando el pródigo vino a casa, la gracia lo encontró y lo abrazó. La ley dice, ¡Apedréalo! la gracia dice, ¡Abrázalo! La ley dice, ¡Golpéalo! la gracia dice, ¡Bésalo! La ley lo persiguió, y lo encerró; la gracia dijo, ¡suéltalo y déjalo ir! La ley me dice cuán desviado soy; la gracia viene y me hace recto.


Fuente: La gracia soberana