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Cuando el Espíritu fue dado por el Resucitado, dio vuelta todo y le prendió fuego. Luego, los discípulos fueron capaces de volverse una comunidad de vida compartida, y solo entonces su amor se desbordó. Todos estaban en llamas con el mismo amor ardiente, que los unió irresistiblemente para siempre. El amor se había vuelto en ellos un “deber sagrado”. Del mismo modo que Jesús siempre había deseado reunir a sus amigos y alumnos más próximos, a quienes llamamos discípulos, así el Espíritu acercó radicalmente entre sí a los primeros cristianos. Juntos se sentían obligados a vivir la vida de Jesús, y juntos, en total comunidad, experimentaron los poderes del Futuro. 


Fuente: “Espíritu de fuego