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La fe cristiana da la completa certeza de que Cristo abolió la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad. Si la muerte entró al mundo con el pecado, Cristo, el vencedor del pecado, es también el vencedor de la muerte. No sabemos cómo, pero la fe nos asegura que asidos a El, podemos compartir esa victoria. Y que podemos dirigirnos al tránsito de la muerte, ciertos de que, sea ella lo que fuere, no es el fin de nuestra existencia como personas. Entonces ya no sería simplemente el no temer a la muerte. Se pasaría aun a amar la muerte. Pero no al modo del suicida, que en realidad no la ama, pues la busca por odio a la vida: sino al modo del creyente, que ve en ella la perduración de lo mejor de esta vida, la continuación de la vida, pero transforma da, y la irrupción plena, en su existencia, de la Vida Eterna. 


Fuente: Las manos de Cristo