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Así como una vez los hijos de Israel en el desierto, buscando ayuda de las mordeduras de feroces serpientes, miraban a la serpiente de bronce; de igual manera, nosotros debemos elevar nuestra mirada al crucificado, que llevó nuestra carga y expió nuestra culpa. Debemos mirarlo con una fe cada vez más plena, profunda y agradecida; y para ello, se necesitan ojos nuevos y puros. Debemos rogar por estos, si queremos comprender el sufrimiento de nuestro redentor en lo más profundo de nuestros corazones.


Fuente: “El que quita el pecado del mundo”