La lengua es nuestra arma más poderosa y como tal la manejamos. Fluye de nosotros un torrente de palabras porque nos encontramos en constante proceso de ajustar nuestra imagen pública. Hablamos para rectificar la manera como otros nos juzgan porque tememos la opinión que – imaginamos – se han formado de nosotros. Si he cometido algún mal (o algún bien y pienso que tú puedas interpretarlo mal) y me entero de que ya lo sabes, me tentará el ayudarte para que comprendas mi acción. Entre todas las disciplinas del Espíritu, el silencio es una de las más profundas porque le pone coto a toda autojustificación. Uno de los frutos del silencio es la libertad de dejar que Dios sea quien nos justifique. No hace falta que nosotros corrijamos a los demás.


Fuente: En busca de paz