
Incluso una lectura superficial del ministerio de Jesús en los Evangelios nos revela una constante preocupación por los marginados en la sociedad. Las viudas, los lisiados, los extranjeros, los pobres y los que son rechazados se convierten en el eje central de sus encuentros. Cuando hagas una fiesta, enseñó Jesús, no invites a los que pueden devolverte el favor. Más bien, invita al forastero, al extranjero, a los débiles y quebrantados, a los pecadores rechazados, a todos aquellos que normalmente quedan excluidos de la lista de invitados. Cuando se le pidió explicar cómo vivir los dos grandes mandamientos de la Torá, amar a Dios y al prójimo, Jesús contó la historia de un hombre asaltado y golpeado al lado del camino, que fue dejado morir por gente religiosa, pero que recibió amor, bondad y misericordia de manos de un forastero. La muerte de Jesús en la cruz es quizá el acto más radical de identificación de Dios con los marginados y humillados. Dios permitió que su Hijo unigénito fuera crucificado junto a criminales, para que todos en la raza humana puedan entender que nadie está fuera de la redención y de la inclusión en su reino.
Fuente: Cuando el amor demanda justicia