Al pensar en la fidelidad a la voluntad de Dios, a menudo imaginamos cosas grandes, pero esta se muestra más claramente en las pequeñas. Si un marido es leal, no solo no engaña a su mujer, sino que es fiel en la vida diaria: trabaja duro para mantener a su familia, se reúne con ellos para cenar, juega con sus hijos y charla con su esposa antes de acostarse y vuelve a hacerlo igual todos los días.

Cuando entré en los Legionarios de Cristo, una comunidad religiosa católica, quería ser un sacerdote fiel. Pero, ¿cómo me preparé para ello? En el noviciado, parte de la rutina consistía en limpiar los baños comunes durante treinta minutos, todos los días, después del desayuno. No me gusta limpiar baños (¿a quién le gusta?), pero vi el propósito de esta tarea en un sentido más amplio de mi vocación: ser sacerdote en esta comunidad.

A veces Dios solo nos proporciona una visión limitada. Tenemos que seguir en la dirección correcta, a pesar de no conocer todo el camino. Permítanme darles una imagen de esto.

Hace poco, fui unos días a rezar con los monjes del Monasterio de la Santa Transfiguración, en el norte de California. Para empezar el día, tenía que bajar a la capilla con los monjes para la Divina Liturgia a primera hora de la mañana, mucho antes del amanecer. Siguiendo el espíritu del retiro, había dejado el móvil en el coche, así que lo único que tenía era una vela. La caminata transcurrió por terreno accidentado, principalmente por un camino de grava lleno de baches. Me llevó más tiempo, ya que caminé despacio y con cuidado para no tropezar. Me di cuenta de que, en ese momento, el pequeño trozo iluminado por la vela era todo lo que Dios quería que viera y todo lo que yo necesitaba ver. Me proporcionó luz suficiente para poner un pie delante del otro, pero no la suficiente para ver más allá de la carretera o a la vuelta de la esquina. Al acercarme a la capilla, la luz del interior brilló y pude acelerar el paso. Pensé en los moribundos que se acercaban al cielo, experimentando cómo su luz salía a su encuentro, y aceleraban sus pasos.

Después de la Divina Liturgia, había salido el sol, así que pude volver caminando con la vela apagada. Fue muy parecido a la oración del examen, un examen de conciencia en el que miramos hacia atrás, volvemos a lo que hemos hecho, con la ventaja de hacerlo con una retrospectiva más clara. Vi que, en general, había seguido el camino correcto, aunque me había desviado aquí y allá. Podría haberme juzgado por esas ligeras desviaciones, pero al darme cuenta de la poca luz que tenía, fui más realista y juzgué menos a mi pasado yo. Vi que había caminado lo mejor que había podido, dadas las circunstancias.

Esta experiencia de ver mi pasado con más claridad se produjo en gran medida cuando me diagnosticaron con autismo, después de que había sido sacerdote por unos años. Mirando hacia atrás, me di cuenta de muchos casos en los que había malinterpretado señales sociales por falta de conciencia. También me di cuenta de que en numerosas ocasiones había cometido errores, aunque en el momento creía que lo estaba haciendo de la mejor manera posible. Considerando la poca luz que tenía en ese momento, no puedo culparme por haber cometido errores, porque para ese entonces, fue la mejor decisión. Imagino que muchos tienen experiencias similares, en las que los eventos del pasado se vuelven más claros en el presente. En estos momentos, podemos ser duros con nuestro pasado yo, o podemos reconocer que en ese pasado seguíamos la luz que Dios nos había proporcionado y fuimos fieles a lo que él quería que hiciéramos; aunque ahora actuáramos de otra manera.

Sigo siendo una persona muy ansiosa, porque quiero que todo salga bien, un aspecto que parece ser común en nuestro mundo moderno. A veces, necesito dar un paso atrás y darme cuenta de que Dios solo me juzga en función de lo que sé en cada momento. Si tomo la mejor decisión posible, basándome en lo que sé ahora, él está contento. Darme cuenta de que Dios solo me da esa pequeña luz y me deja actuar según lo que vea con ella, puede ser liberador.

Anónimo, Niño con vela prendida, c. 1700

Los católicos consideramos el sacerdocio como una vocación para toda la vida, con un grado de compromiso similar al del matrimonio. Los miembros de órdenes religiosas —los llamamos “religiosos”— como los dominicos, los jesuitas y los benedictinos, hacen votos adicionales de pobreza, castidad y obediencia. Cuando veo a los sacerdotes y religiosos que conozco —que, como yo, hicieron votos perpetuos— abandonar el sacerdocio o sus votos religiosos o ambos, me desanimo un poco. Ellos eran mis hermanos y caminamos juntos en la vida. Al verlos alejarse de una vocación para la que hicieron votos, me hago una idea de lo que debe de ser un divorcio; aunque imagino que los divorcios son aún más dolorosos y difíciles.

Es mucho más fácil ser fiel cuando los que nos rodean son fieles. ¿Cómo sigo adelante? Supongo que debo trabajar con la poca luz que tengo y poner un pie delante del otro en el camino que Dios me permite ver. No sabía que se irían, pero él lo sabía y nos prometió una recompensa en el cielo si seguimos adelante.

Creo que a todos nos gustaría ver nuestro futuro, pero ¿qué pasaría si al verlo cambiáramos las decisiones que tomamos y, por tanto, no siguiéramos la voluntad de Dios? Una cosa que ha sorprendido a los investigadores es que, cuando las personas están sanas, el sufrimiento que creen que podrán soportar es mucho menos del que realmente pueden soportar cuando están enfermas. Esto se ve, por ejemplo, en que muchas personas que obtienen una receta para el suicidio asistido acaban por no utilizarla. Creen que el sufrimiento será insoportable, pero cuando este alcanza el nivel que pensaban que sería insoportable, descubren que pueden enfrentarlo.

Si Dios me hubiera mostrado todas las luchas que tendría a lo largo de mi vida, cuando entré en la vida religiosa, a los diecinueve años, tal vez no habría podido soportarlo. Si hubiera sabido la verdad sobre el fundador de mi comunidad, Marcial Maciel, me habría unido a otra comunidad. Siete años después de mi ingreso a esta comunidad, salió a la luz pública que él había abusado sexualmente de muchos niños y jóvenes, que había mantenido relaciones sexuales con al menos cuatro mujeres y que había engendrado hasta seis hijos. Como concluyó el Vaticano: “Las gravísimas y objetivamente inmorales acciones del padre Maciel, confirmadas por testimonios incontrovertibles, constituyen en algunos casos verdaderos crímenes y manifiestan una vida desprovista de escrúpulos y de auténtico sentido religioso”.

Pero de alguna manera, Dios me quería en esta comunidad. Cuando se supo lo de la doble vida de Maciel, sentí un compromiso con Dios en mi comunidad mucho más allá e independiente de Maciel. Dios me preparó mejor para una situación difícil al no dejarme saber todo de antemano. Puedo pensar en muchos cónyuges a los que, por circunstancias ajenas a su voluntad, se les encomendó la tarea de cuidar de su cónyuge o de su hijo discapacitado. A menudo viven vidas heroicas y plenas, pero me pregunto cuántos habrían decidido no acudir a esa primera cita, si hubieran sabido el futuro que les esperaba. Dios nos prepara para lo que tiene destinado para nosotros, pero no siempre nos advierte, y es por nuestro propio bien.

Dios no siempre nos da la luz plena del día. Con frecuencia, solo nos da una vela para mostrarnos su voluntad. A menudo, esto puede ser útil para guiarnos hacia donde tenemos que ir. Necesitamos dar un paso tras otro en la dirección que sabemos que Él quiere que vayamos, confiando en que él nos guiará para el siguiente paso. Puede que miremos atrás y veamos algunas pequeñas desviaciones, pero estas estaban en el plan de Dios desde el principio: cuando nos deja ver solo hasta cierto punto, no nos juzga por no haber percibido otros aspectos.


Traducción de Coretta Thomson