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Llorado a su muerte por millones de personas, Sundar Singh (1889-1929) abandonó la comodidad de su casa a los dieciséis años para vivir como un sadhu, llevando la vida de un mendigo. Conocido durante su vida como el más famoso converso de India al Cristianismo, Sundar no se aprobaría de esta reputación; amó a Jesús y devotó su vida a él, pero nunca aceptó las convenciones culturales de la religión, sino que abrazó sus austeras enseñanzas originales. Este extracto del libro Enseñanzas del maestro, es parte de una conversación entre Sadhu Sundar y un buscador.
El hombre que busca: ¿Dios nos perdona porque hemos errado? ¿Es lo que usted entiende por salvación o liberación?
Sadhu: Dios es amor y nos perdona de buen grado. Pero Dios también es mucho más. El solo perdón no basta para librarnos de nuestros pecados. La completa liberación del mal sólo viene cuando nosotros deseamos verdaderamente salir del pecado. Es del todo posible, para nosotros, recibir el perdón y, sin embargo, sufrimos a consecuencia de nuestro pecado. El maestro viene no solamente a anunciarnos su perdón sino también a librarnos de la enfermedad de nuestro pecado, de sus consecuencias y de la muerte, ya que rompe con el ciclo incesante de pecado y muerte.
Consideremos al hombre que sufre una enfermedad que le debilita el cerebro. A veces la enfermedad le hace actuar irracional e impredeciblemente. Bajo la influencia de uno de esos ataques, sin ser consciente, golpea a un hombre y lo mata. Llevado a juicio, es sentenciado a muerte. Pero cuando sus parientes piden clemencia y explican las razones médicas que justifican su locura pasajera, la autoridad le concede el indulto y le perdona. Pero antes de que sus familiares lleguen a la cárcel para comunicarle la buena noticia, el hombre ha muerto a consecuencia de su enfermedad. Así que el perdón no le sirvió de nada. Además del perdón, necesitaba ser tratado de su enfermedad. Sólo una vez curado podría haber vivido la alegría de su liberación.
Es la curación lo que necesitamos, no solamente el perdón. En tiempos pasados, las leyes religiosas prohibían beber la sangre de los animales o comer determinados alimentos. Estas costumbres, indudablemente, emanaban de la creencia de que tales alimentos causaban ciertas enfermedades o, tal vez, que inoculaban en el hombre algunos aspectos del comportamiento del animal salvaje. Dijo el maestro: «mi carne es alimento verdadero, mi sangre es bebida verdadera, puesto que ambas proveen de vida y salud espirituales».
El hombre que busca: Esta enseñanza es dura. ¿Quién puede aceptarla?
Sadhu: Después de que los hijos de Israel huyeran de la esclavitud de Egipto, perdieron la fe en Dios y se quejaron, descontentos, por todo lo que habían tenido que pasar. Las cosas se volvieron mucho peor cuando llegaron a un lugar infestado de serpientes venenosas y donde varios hombres murieron después de ser mordidos. El pueblo lamentó sus anteriores quejas y pidió a moisés que orará a Dios para que les librara de las serpientes. Moisés rezó y tuvo una visión que le indujo a hacer fundir una serpiente de bronce para rematar con ella su caduceo. Alguno de los que fueron mordidos sobrevivieron con sólo mirar a la serpiente de bronce y el veneno de la serpiente ya no les hizo daño.
Ahora, por ahí hay algunos que todavía lamentan y murmuran: «Si moisés hubiese elaborado un antídoto o una medicina contra el veneno, podríamos creer esa historia. ¿Pero qué efecto puede tener una serpiente de bronce sobre la mordedura de una serpiente real?» Así, en su incredulidad, rechazan dirigirse hacia la serpiente de bronce y mueren. De igual manera, el maestro provee la liberación del mortal veneno del pecado si nos dirigimos a Él con fe. Aquellos que rehúsan creer porque no pueden comprender la obra del maestro con sus mentes, perecerán. Pero perecerán del veneno de su propia incredulidad.
Recordad que el corazón, no la cabeza, es el templo de Dios. Las ideas espirituales y religiosas son cuestión del corazón, no de la cabeza. Si nuestros corazones están llenos de la presencia de Dios, nuestras mentes encontrarán también la iluminación. Nuestros ojos físicos son inútiles, a menos que la luz del día lo cubra todo a nuestro alrededor. Similarmente, nuestras mentes y los ojos de nuestra comprensión no nos sirven para nada sin la espiritual luz de la verdad. La sabiduría y la comprensión de la mente pueden fácilmente tornarse instrumentos del mal si no son controladas por la luz de la verdad espiritual.
Extraido del capítulo ‘Moska/ Liberacion’ de Enseñansas del maestro.
