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    Abstract painting with white waterfall in center

    Espiritualidad cristiana en los evangelios

    La espiritualidad de los discípulos de Jesús involucraba todos los aspectos de la vida.

    por John Driver

    jueves, 12 de mayo de 2022
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    La espiritualidad de los discípulos de Jesús involucraba todos los aspectos de la vida. Los términos bíblicos «carne» y «espíritu» no se refieren a dos dimensiones de nuestra vida, una exterior y otra interior, sino a dos maneras de vivir, dos orientaciones, dos estilos de vida. Ser «espirituales» implica vivir todo aspecto de la vida inspirados y orientados por el Espíritu de Cristo. Ser «carnales» significa orientarse por otro espíritu.

    La comunidad de fe en que participaba Teresa de Calcuta es un ejemplo de esta clase de espiritualidad. Tocar a los intocables era —para ella— tocar el cuerpo de Cristo, y amar de esta manera desinteresada era orar. No se deja de orar para servir, ni tampoco se deja de servir para orar. La auténtica espiritualidad lo abarca todo.1

    Ésta es la misma visión que hallamos reflejada en Mateo 25 donde las naciones van a ser juzgadas de acuerdo a su respuesta a los necesitados de alimento, los extranjeros (inmigrantes indocumentados en medio de ellos), los pobres, los enfermos, los que están en las cárceles y los rechazados en sus tierras. Para sorpresa de todos, Jesús recuerda a sus oyentes diciendo, «cuanto lo hicisteis a de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mat. 25.40). 

    Hacia la esencia de una espiritualidad cristiana

    La cruz de Jesús es el modelo más claro de una espiritualidad auténticamente cristiana, inspirada en las enseñanzas del Nuevo Testamento de la Biblia. Es, a la vez, signo de identificación absoluta con Dios y también de solidaridad total con el mundo. En la cruz se refleja con más claridad el Espíritu de Jesús y la espiritualidad que sus discípulos habrían de asumir.

    La cruz es la oración intercesora más elocuente al Padre a favor del mundo y, al mismo tiempo, es también la respuesta más enérgica y convincente de Dios a los poderes rebeldes del mal. Por lo tanto, en la cruz de Jesús —y en la que asumimos sus seguidores— encontramos la esencia de la espiritualidad cristiana. 

    La espiritualidad cristiana puede definirse como el proceso de seguimiento de Jesucristo bajo el impulso del Espíritu en el contexto de une convivencia radical de la fe en la comunidad mesiánica. Este proceso conduce a una creciente solidaridad con Jesucristo: los cristianos nos identificamos con el vivir y el morir de Jesús. El símbolo de este vivir, morir y resucitar del seguidor de Jesús es el bautismo, a través del cual somos iniciados en la espiritualidad cristiana (Ro 6.4). Esta espiritualidad se caracteriza por el seguimiento del Jesús histórico dentro de nuestro propio contexto histórico. Este seguimiento es impulsado por el Espíritu de Jesús mismo, otorgado a sus seguidores.

    Es una espiritualidad del camino. 

    Pintura abstracta enrojo, amarillo y blanco

    Pintura de Steve Johnson/ Unsplash

    Características bíblicas de una espiritualidad cristiana

    Las siguientes descripciones que hace el Nuevo Testamento acerca de la espiritualidad ofrecen pautas para evaluar la autenticidad de una espiritualidad cristiana particular.2

    1. Una espiritualidad cristiana se basa en la promesa divina. El Dios de la Biblia es el que promete salvar a su pueblo, liberándolo de los poderes del mal. Ninguna realización histórica agota toda la promesa divina. Saludamos, con acciones de gracias, todos los signos y los cambios claramente alineados la dirección del Reino de Dios. Sin embargo, para los cristianos son expresiones históricas provisorias, pues aún esperamos el advenimiento definitivo del reino. Nuestro seguimiento de Jesús debe ser siempre un anticipo del Reino que viene.
    2. Esta espiritualidad también se expresa en la esperanza, y consiste en creer en aquello que parece ser imposible: la reconciliación de los seres humanos entre sí y con Dios en una convivencia radical caracterizada por la justicia y la paz. Por eso el gozo es característica fundamental de la comunidad mesiánica, la cual confía más en el poder de Dios que en sus propias posibilidades. Esta esperanza gozosa otorga a los discípulos de Jesús esa seguridad y confianza necesarias para vivir —contra la corriente— los valores propios del Reino de Dios. En la economía de Dios no se echará a perder ningún esfuerzo que corresponda al reino de Dios y su justicia (Heb 1.11ss; Ro 5.4ss.).
    3. Una espiritualidad evangélica implica solidaridad con el sufrimiento, la muerte y la resurrección de Jesús. De la misma forma en que Jesús vivió y murió, «el justo por los injustos», así también la salvación de los opresores vendrá mediante las acciones y el sufrimiento de los oprimidos. La experiencia del pueblo mesiánico ha sido que la salvación sólo viene a través del sufrimiento vicario de Jesús. Pero aunque confesamos que la muerte y la resurrección de Jesús han sido únicas en su virtud salvífica, no son exclusivas: los discípulos de Jesús seguimos padeciendo «lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo» (Col 1.24).
    4. Según el Nuevo Testamento, la finalidad de la obra salvífica de Cristo es la restauración de la comunión entre la humanidad alienada y Dios. La restauración de relaciones fraternales en la familia de Dios requiere la transformación de hombres y mujeres egoístas en hermanos y hermanas caracterizados por la convivencia radical del amor. Esta comunión se experimenta donde los bienes se comparten para el bienestar común y donde la autoridad se expresa en el servicio mutuo (Mt 20.25-28; Hch 2.43-45; 4.32-35). Tanto el ejemplo de Jesús, como el de la comunidad cristiana primitiva señalan que la comunión auténtica se caracteriza por aproximaciones radicalmente nuevas a cuestiones como el ejercicio del poder político y económico.
    5. La convivencia radical del amor caracteriza a toda espiritualidad auténticamente cristiana. No sólo es cuestión de no hacer mal al prójimo sino también de buscar su bien. Amar como Dios nos ha amado en Cristo implica ofrecer la vida por los hermanos en formas concretas (1 Jn 3.16-17). El amor de Dios es más que el amor que Dios tiene para con nosotros; también es más que el amor que debemos tener hacia Dios. En el fondo, es amar tal como Dios ama; es estar dispuesto a jugarse la vida por el prójimo, en un acto heroico y desprendido o en el largo proceso de ir poniendo la vida poco a poco en las relaciones rutinarias de todos los días.

    Una espiritualidad enraizada en el Dios de la gracia

    La espiritualidad cristiana está enraizada en el Dios de la gracia que Jesús ha revelado con toda claridad. Es a través del Jesús de la histórico, y de su Espíritu, que conocemos mejor al Padre, pues Jesús «es la imagen del Dios invisible» (Col 1.15). En lugar de especular sobre la naturaleza divina de Jesús —en base a lo que la teología sistemática tradicional nos ha dicho sobre los atributos de Dios— mejor sería proceder como la iglesia del primer siglo: conocer al Dios invisible mediante la vida que Jesús vivió delante de sus ojos. 

    El Dios de la auténtica espiritualidad cristiana es el que ha tomado la iniciativa en nuestra liberación. Él nos amó primero. En realidad, Dios siempre ha sido así. El pueblo de Dios fue redimido de Egipto mediante la iniciativa misericordiosa de Dios. Algunos protestantes clásicos sostienen que el Antiguo Testamento se caracteriza por ley y obras, y el Nuevo Testamento por la gracia y el evangelio. Pero, en realidad, Israel fue salvado por la gracia y al pueblo del Nuevo Pacto se le invita también a vivir según la «ley de Cristo». 

    Siempre ha sido la intención de Dios formar un pueblo a su imagen, que lleve su nombre. 

    Siempre ha sido la intención de Dios formar un pueblo a su imagen, que lleve su nombre. Y Jesús, no sólo nos enseña cómo es Dios sino que también es la perfecta imagen de lo que Dios siempre ha querido que la humanidad sea. Este proyecto de Dios, que apunta a la restauración de la creación entera a su propósito prístino, culminará en el restablecimiento de su reinado de justicia y paz. Una auténtica espiritualidad cristiana se identifica con este proyecto y participa en su proceso salvífico. 

    Los poderes del mal y los valores predominantes de nuestro mundo conspiran para deformar la imagen auténtica de Dios, tal como Jesús la ha revelado. Creamos ídolos que ocupan el lugar de Dios y a los cuales dedicamos nuestro tiempo y nuestras energías; ellos exigen nuestra lealtad. Pero el Dios de Abraham, de Moisés y de los profetas es el que obra en la historia para liberar a su pueblo de estos falsos dioses y de las falsas lealtades esclavizantes de toda índole. Dios ha obrado muy especialmente a través de su Mesías, en quien este proceso de revelación progresiva llega a su culminación: «Nadie conoce […] al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar» (Lc 10.22). Éste es un Dios verdaderamente diferente, y sólo una espiritualidad auténticamente cristiana será capaz de experimentarlo y comunicarlo sin tergiversaciones ni deformaciones.

    Una espiritualidad del seguimiento de Jesús

    Ya que Dios se nos ha revelado de forma única y plena en Jesús, entonces el modo de conocerlo es seguir a Jesucristo (Heb 1.1-3). Hans Denck, el reformador radical del siglo 16, decía que «nadie puede conocer en verdad a Jesús, a menos que le siga en la vida»: una convicción que muchos compartimos. Por esto, el seguimiento concreto de Jesús es, sin duda, el elemento más fundamental de una auténtica espiritualidad cristiana. 

    Segundo Galilea lo ha expresado de esta manera: 

    La originalidad y la autenticidad de la espiritualidad cristiana consisten en que seguimos a un Dios que asumió la condición humana, que tuvo una historia como la nuestra, que vivió nuestras experiencias, que hizo opciones; que se entregó a una causa por la cual sufrió, tuvo éxitos, alegrías y fracasos, y por la cual entregó su vida. Ese hombre, Jesús de Nazaret, igual a nosotros menos en el pecado, en el cual habitaba la plenitud de Dios, es modelo único de nuestra vida humana y cristiana.3

    Pero tradicionalmente no se ha pensado así. Tanto la espiritualidad católica como la protestante clásica han tendido a concebir a Jesús como deidad a ser adorada, como sacrificio propiciatorio para aplacar la ira divina y como juez que viene, pero raramente como Señor a ser seguido en la vida. Esto ha contribuido a la formación de una espiritualidad interior, espiritualizada y ultramundana. 

    Según la visión del Nuevo Testamento, las palabras, los hechos, los ideales y las exigencias de Jesús de Nazaret son el único camino para conocer a Dios (Jn 14.5-11). Jesús nos revela al Dios verdadero, poderoso en su amor sufriente y compasivo. En Jesús descubrimos los valores del Reino de Dios y un modelo de vida. No se trata de una imitación pormenorizada —como, por ejemplo, calzar sandalias, trabajar de carpintero o permanecer célibe— sino de seguirle mediante una identificación con sus actitudes, su Espíritu, sus valores, su manera de ser y de hacer. 

    La espiritualidad cristiana tiene que ver muy especialmente con la forma en que tomamos las actitudes, el Espíritu, los hechos y las palabras de Jesús para desarrollar formas concretas de nuestro seguimiento a él en la actualidad. 

    Uno de los mejores compendios de la espiritualidad del Reino de Dios que Jesús inauguró la tenemos en las Bienaventuranzas de Mateo 5. Son una síntesis del Sermón del Monte y de los valores espirituales que Jesús enseñó y encarnó. Sin embargo, en los siglos posteriores, la iglesia les asignó a las enseñanzas del Sermón del Monte un carácter utópico, y sus valores fueron concebidos como «consejos de perfección», aptos para aquellos que tomarían la vida cristiana realmente en serio, tal como era el caso de los religiosos. Pero en la iglesia primitiva empleaba las Bienaventuranzas para la instrucción de nuevos discípulos, de modo que seguramente habrá esperado que estos valores caracterizaran la espiritualidad de todos los creyentes. La forma en que estos valores han influido sobre la espiritualidad reflejada a través de todo el Nuevo Testamento indicaría que las Bienaventuranzas no fueron vistas como ideales inalcanzables. 

    Las Bienaventuranzas son de carácter profético y siempre habrá tensión entre la espiritualidad reflejada en ellas y la vivencia y la comprensión de las iglesias. Estos valores chocan contra las inclinaciones humanas; hay un elemento de escándalo en el evangelio con su concepto de misericordia y de perdón, de no violencia, de castidad y de pobreza espiritual. Siempre será así, porque son los valores que caracterizan el Reino de Dios, y se viven sólo bajo el impulso del Espíritu del Rey. 

    Las Bienaventuranzas resumen la dicha del Reino: constituyen los fundamentos de la espiritualidad de la comunidad del Mesías y presuponen la convivencia comunitaria del Reino, más bien que esfuerzos heroicos particulares. Esta espiritualidad de las Bienaventuranza es una buena noticia en el sentido esencial del término «evangelio». Las ocho bienaventuranzas en Mateo 5 describen la espiritualidad mesiánica de una forma global. No son meras virtudes espirituales aisladas ofrecidas a los discípulos para su elección según sus preferencias personales. Todas apuntan a esa espiritualidad integral que caracteriza el Reino mesiánico: 

    1. «Bienaventurados los pobres de espíritu...» La pobreza de espíritu es fundamental para toda espiritualidad cristiana. Se trata de la bienaventuranza de la condición espiritual de ser niño en la familia del Padre. Es esa actitud de dependencia absoluta en Dios, tanto para su providencia como para su protección. Es esa relación de confianza íntima en Dios que Jesús mismo encarnó al llamarle Abba al Padre, y al enseñarles a sus discípulos a hacer lo mismo. Pero los Evangelios no permiten una espiritualización de esta pobreza, ya que convivir en una dependencia radical de la providencia de Dios corta en su raíz todas esas actitudes y prácticas materialistas idolátricas. «Elegir ser pobres» (Nueva Biblia Española) en un mundo orientado en la dirección contraria implica asumir la solidaridad con Jesucristo y su espíritu de pobreza que él asumió concretamente en su misión en el mundo.
    2. «Bienaventurados los que lloran…» Vivir los valores del Reino en medio del mundo será motivo de solidaridad en el dolor. Implicará una profunda simpatía (literalmente «sufrir con») por los que sufren, asumiendo el sufrimiento a favor de los semejantes. El sufrimiento inocente y vicario es absolutamente central para una espiritualidad auténticamente cristiana. En los profetas del Antigua Testamento ya se vislumbraba la virtud salvífica que se radicaba en el sufrimiento inocente asumido a favor de otros, y en Jesús encontramos la máxima expresión de esta realidad. Nuestra identificación con Cristo y nuestra solidaridad con nuestros semejantes que sufren de todo tipo de complejas consecuencias del mal requieren que asumamos la cruz a favor del opresor, sabiendo —con la seguridad que nos imparte la resurrección de Cristo— que el sufrimiento inocente y vicario no será inútil en el proyecto salvífico de Dios.
    3. «Bienaventurados los mansos…» La mansedumbre está íntimamente relacionada con pobreza de espíritu: incluye la capacidad y la fortaleza para aguantar frente al mal, sin ceder a sus reclamos. Es la capacidad para resistir tenazmente al mal, sin violentar al malhechor. Esta mansedumbre se fundamenta totalmente en la esperanza y la confianza en Dios. El manso es el que realmente cree que mal será vencido por el bien. Implica renunciar a la venganza y a todas las otras formas de violencia y prepotencia. Es saber luchar contra el mal con «manos limpios» y «corazón puro». Es renunciar a la violencia en la lucha por la justicia. Lejos de ser una estrategia ineficaz, es realmente la estrategia de la cruz, encarnada en forma única por Jesús.
    4. «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia…» La justicia bíblica incluye relaciones sanas con Dios y entre los seres humanos en el contexto de un pueblo que depende de la actividad salvífica de Dios, tanto para su convivencia como para su supervivencia. La justicia abarca las relaciones humanas en todas sus dimensiones, y depende de la fidelidad de Dios de su comunidad en todas sus relaciones. Esta justicia se experimenta sólo en el contexto del reinado de Dios.

    La espiritualidad de las Bienaventuranzas no es un ideal inalcanzable, sino que refleja con notable realismo el Espíritu, los hechos y las palabras de Jesús de Nazaret.

    Justicia bíblica, en contraste con lo que generalmente es llamado justicia retributiva, consiste en dar a las personas lo que necesitan en lugar de lo que se merecen, sea esto un castigo o un premio. Por esta razón, leemos y releemos las Escrituras acerca de la justicia de Dios para las viudas y los huérfanos, para los extranjeros y para los pobres y oprimidos. La espiritualidad auténticamente cristiana se expresa mediante nuestra participación en la actividad salvífica de Dios, que conduce a condiciones de justicia entre los humanos. En esta comunidad de salvación los anhelos más ardientes de justicia serán saciados. 

    1. «Bienaventurados los misericordiosos…» En el ejercicio de la misericordia nos asemejamos a Dios. La parábola del Buen Samaritano nos ofrece un ejemplo concreto de una espiritualidad caracterizada por la misericordia. En la medida en que seamos capaces de mostrar misericordia estaremos en condiciones de recibir la misericordia de Dios. En los Evangelios, misericordia significa, en primera instancia, perdonar de corazón, de la misma manera en que Dios perdona (Mt 18.35). Y en segundo lugar, ser misericordioso es ayudar al afligido y al menesteroso. Los límites de la misericordia no están en quien la ejerce sino en la capacidad del semejante para recibirla. Lo que Jesús nos ha enseñado en relación con la misericordia subraya el hecho de que la espiritualidad cristiana se caracteriza por su disposición pródiga de perdonar.
    2. «Bienaventurados los de corazón puro…» La naturaleza de la pureza de corazón que caracteriza toda espiritualidad cristiana probablemente se comprende mejor a la luz del Salmo 24.3-6.

    «¿Quién subirá al monte de Señor? […] El limpio de manos y puro de corazón; él que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño. El recibirá bendición de Señor». La pureza de corazón tiene que ver con la integridad y la fidelidad. En la espiritualidad bíblica hay una estrecha relación entre la actitud interior (puro de corazón) y la práctica externa (limpio de manos). Contemplar, o conocer a Dios implica obedecerle y acompañarle en su actividad salvífica, sin lealtades divididas ni acciones equívocas. 

    1. «Bienaventurados los pacificadores…» Los que trabajan por la paz son hijos de Dios, muy especialmente en el sentido en que se asemejan a la forma de actuar de su Padre. El Dios de la Biblia es el que no se cansa en sus esfuerzos para restaurar las condiciones de shalom en toda su creación estropeada por el mal. La restauración de condiciones de paz y la reconciliación de los enemigos de Dios ocuparon la atención de Jesús durante su vida y también en su muerte. Las actividades orientadas a restaurar el shalom caracterizan toda espiritualidad genuinamente cristiana.
    2. «Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia…» En el sufrimiento inocente del pueblo de Dios se sintetizan todas Bienaventuranzas. La espiritualidad aquí reflejada va contra la corriente predominante, no sólo en nuestro tiempo sino en todas las épocas de la historia. La persecución por causa de la justicia era la suerte esperada de los profetas, fue la experiencia de Jesús y será siempre la suerte de la comunidad de Cristo en cuanto sea fiel en el cumplimiento de la misión de su Señor. Bíblicamente el testimonio incluye el martirio (testimonio: marturía en griego). Cuando recordamos que hay más mártires en nuestra época que en cualquier otra época anterior nos damos cuenta de la actualidad no sólo de esta bienaventuranza sino de todas para una espiritualidad cristiana para nuestro tiempo, sobre todo en América Latina y el Caribe. Las fuerzas de muerte que son contrarias a Dios y que se oponen a su proyecto de vida —caracterizado por la paz, la justicia y la salvación— hacen que la espiritualidad del pueblo de Dios sea contra corriente.

    La espiritualidad de las Bienaventuranzas no es un ideal inalcanzable, sino que refleja con notable realismo el Espíritu, los hechos y las palabras de Jesús de Nazaret. Son los valores que caracterizaban, en gran medida, la convivencia radical de la comunidad mesiánica del primer siglo. El seguimiento de Jesús no es un ejercicio puramente espiritual en el sentido de ser interior e invisible: es un discipulado concreto que se expresa en las actitudes y las acciones contenidas en las Bienaventuranzas. 


    Extracto de Convivencia radical: Espiritualidad para el siglo XXI.

    Notas

    1. Citado en David J. Bosch, A Spirituality of the Road, Herald Press, Scottdale, 1979, pp. 12-13.
    2. Segundo Galilea, El camino de la espiritualidad, Buenos Aires, Paulinas, 1982, pp. 41-44.
    3. Ibid., p. 59.
    Contribuido por JohnDriver John Driver

    John Driver es un teólogo menonita quien trabajó en América Latina durante décadas. Escribió varios libros sobre la vida cristiana desde una perspectiva anabaptista.

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