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    Una iglesia no planeada

    Cómo una congregación brasileña encontró la renovación por medio de la interrupción

    por Claudio Oliver

    lunes, 02 de abril de 2018

    Otros idiomas: English

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    Cuando la gente dice que necesitamos ser como la «iglesia primitiva», generalmente pregunto: ¿cuál de todas?; ¿carnal como la de Corinto, insensata como la de Galacia, perezosa como la de Tesalónica, legalista como la de Jerusalén, o tibia como la de Laodicea?

    La nostalgia es una senda peligrosa cuando comenzamos a pensar sobre la reforma que necesitamos ahora. Idealizar la iglesia de los «tiempos de antaño» nos hace olvidar que el tiempo borra los malos recuerdos y crea fantasías.

    La iglesia primitiva sobrevivió al mantener sus ojos en la promesa y al vivir con esperanza, y nosotros podemos hacer lo mismo hoy. Recibimos la promesa de vivir con el Señor, verlo cara a cara, y vivir en gozo y libertad.

    Nosotros no planeamos una reforma. Por el contrario, el reino interrumpe nuestros planes.

    Durante la época apostólica, Pedro, Juan y Pablo; y Martín Lutero, Jakob Hutter y Menno Simons en los tiempos de la Reforma; todos optaron por vivir en tensión, manteniendo sus ojos con expectativa en Jesús y alineándose con la vida que se había prometido. Cada una de sus decisiones y acciones fue hecha tomando en cuenta no los principios y valores de los imperios en los que vivían, ni de aquellos viejos tiempos, sino la plenitud del reino por venir. Ellos trataban, no de emular el pasado, sino de anticipar el futuro. Eventualmente esto les acarreó malos entendidos, persecución y sufrimiento.

    Nosotros no planeamos una reforma. Por el contrario, el reino interrumpe nuestros planes, y, si estamos abiertos a su mensaje, nos señala la verdadera renovación. En nuestra comunidad en Brasil hemos sido interrumpidos una y otra vez, y hemos tratado de dar los pasos que nos mantendrán abiertos a las interrupciones de Dios.

    Algunos miembros de la Casa da Videira, incluso en autor (tercero desde la derecha), comparten una comida.

    Algunos miembros de la Casa da Videira, incluso en autor (tercero desde la derecha), comparten una comida.

    Nuestro primer paso fue examinarnos a nosotros mismos, en lugar de criticar a otros. Si la iglesia necesitaba ser reformada eso debería comenzar con nosotros. Así que empezamos por hacer algunas preguntas claves:

    La primera pregunta fue: «Si nos quedamos sin energía y no tenemos gasolina, ¿seguiría adelante lo que llamamos "iglesia"?». La respuesta sencilla fue: no. La asistencia disminuiría sin energía para las luces, el equipo de sonido y los proyectores. Sin gasolina para cruzar la ciudad y reunirnos una vez por semana no tendríamos ninguna reunión. Pero algo no nos cuadraba bien. Al mirar dos generaciones previas, cuando era posible reunirse solo al llegar caminando, nos vino a la mente una palabra: comunidad. Así que desconectamos nuestros servicios del lugar de reunión y trasladamos nuestras reuniones a los hogares, eventualmente clausuramos el edificio de la iglesia para poder reunirnos donde pudiéramos ser vistos por vecinos y amigos en nuestra vida diaria.

    two women in front of several loaves of homemade bread

    En segundo lugar, decidimos examinar a fondo cada uno de nuestros programas. Si Jesús no estaba en el centro mismo de cada uno de ellos, los eliminaríamos. Así que terminamos cerrando el 90% de lo que llamábamos «programas». Nos enfocamos en construir relaciones basadas en algo que estaba en el centro mismo de nuestro origen como una iglesia local: encontrar a Jesús en las vidas de los que estábamos sirviendo. Años atrás habíamos estado en las calles, para encontrar a Jesús entre los desamparados de nuestra ciudad. Más que ayudar a los pobres, nuestra meta era tener un encuentro más cercano con los que Jesús más ama. En esos hombres y mujeres encontramos a un Jesús frágil, a veces difícil y desafiante. Es imposible encontrar a Jesús y seguir siendo el mismo. Algunos de ellos cambiaron, pero nosotros cambiamos mucho más.

    Nuestra tercer pregunta fue: «¿Estamos obedeciendo al Señor, si no, entonces dónde debemos comenzar?». Con una mente sencilla, retornamos a la Biblia, a la primera tarea que fue dada a la humanidad. Las palabras hebreas avad y shamar (Génesis 2:15), servir y conservar, resaltaron para nosotros. Ese fue uno de los primeros mandamientos. ¿Cómo podríamos estar tan preocupados por las pequeñas motas en los ojos de nuestros hermanos y hermanas, si no éramos capaces de cumplir los mandamientos básicos que hemos recibido, que estaban allí como tablas ante nuestros ojos? El conocimiento de la teología de la creación y sus implicaciones se volvieron centrales en nuestra perspectiva. Observamos la forma en la que Dios ha creado la tierra, fauna y flora, y a nosotros en un todo integrado, no disociado —como es característico del patrón esquizofrénico de la moderna mentalidad occidental—, para honrarlo y agradarlo a él, guiándonos a cuidar de la creación como parte de la restauración prometida en Isaías. Aunque vivimos en un mundo caído, elegimos vivir de una forma regenerada, cuidando de la tierra, las plantas, los animales, y unos a otros. Al rehusar llamar a la creación «recursos naturales», también aprendemos a acercarnos a nuestros semejantes, no como «recursos humanos», sino como imagen y semejanza de Dios, con dignidad y un anhelo de restauración.

    Al obedecer el simple mandato de cultivar el jardín, aprendemos que debemos tomar con seriedad el cuidado de nuestros semejantes, y, al tratar de poner nuestros límites, experimentamos una mayor libertad. Aprender a renunciar a las ofertas seductoras del mundo diciendo: «gracias, pero no», incluso dentro de nuestros límites, nos da más tiempo y oportunidades para construir familias, amistades y libertad.

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    Por último, nos preguntamos: «¿Tiene sentido esto?». Jesús es la respuesta a todas nuestras preguntas, pero debemos escuchar, probar, oler y ver las interrogantes que se plantean en nuestro entorno. Mis abuelos fueron pioneros del Ejército de Salvación en Brasil. De ellos aprendí el significado de las «buenas nuevas»: mi abuelo solía decir que la buena noticia para un hombre hambriento es un plato de comida caliente; para una mujer sucia, un lugar donde pueda bañarse y descansar; para un joven desempleado, la oportunidad de trabajar; para un inmigrante, una cálida bienvenida. Mi abuelo se había convertido en un refugiado a la edad de cinco años en el año 1900, cuando su familia fue expulsada de España por «anarquismo y la práctica prohibida del protestantismo». Posteriormente perdieron todo en Bélgica, durante el bombardeo alemán, incluyendo a mi tatarabuelo, quien murió tratando de escapar. Cuando fueron recibidos por el Ejército de Salvación en Suiza, mi abuelo encontró una familia, amor, refugio, comida, un llamado y un ministerio, eventualmente fundó su propia familia misionera en Brasil. De él aprendí a escuchar las interrogantes a mi alrededor, y sí, Jesús es la respuesta, pero se manifiesta de diferentes maneras: sanando, albergando, plantando, alimentando y aconsejando. Siempre está presente a través de su cuerpo —la iglesia—, manifestándose en diversos dones y talentos, primero preguntando, después respondiendo.

    Comenzamos nuestra comunidad como una iglesia típica «accesible a los buscadores», a principios de la década de 1990. Ese enfoque atrajo a la gente, y nuestra asistencia creció en un torbellino de entusiasmo. Pero pronto nos dimos cuenta que eso era exactamente el problema: todo se centraba en nosotros. Nos habíamos convertido en una organización religiosa posmoderna.

    Redescubrimos la iglesia como «un lugar donde los necios pueden reunirse».

    El proceso de cuestionamiento y reforma en nosotros mismos no fue una gran marcha hacia la victoria, sino una gran reducción. Entre más preguntas nos hacíamos, menos nos considerábamos un lugar apropiado para servicios religiosos. Eventualmente regresamos a las calles, a los vecinos y la gente a nuestro alrededor. El poder de una pequeña semilla de mostaza se volvió real para nosotros. Mientras nuestra asistencia disminuía, nuestra influencia aumentaba. La gente, en su mayoría personas que no asistían a ninguna iglesia, de la ciudad, del estado y de todo Brasil, incluso del extranjero, comenzaron a prestar atención a lo que estaba sucediendo en nuestro pequeño e insignificante grupo. Comenzó a llegar gente quebrantada proveniente de muchos trasfondos distintos. Ya no éramos un lugar adonde ir, sino gente por conocer. Redescubrimos la iglesia como «un lugar donde los necios pueden reunirse», como la describió Ivan Illich; y redescubrimos que «Dios escogió lo insensato del mundo para avergonzar a los sabios, y escogió lo débil del mundo para avergonzar a los poderosos. También escogió Dios lo más bajo y despreciado, y lo que no es nada, para anular lo que es, a fin de que en su presencia nadie pueda jactarse». (1 Corintios 1:27-29). El resultado fue una comunidad de seguidores que brindaban comunión a cualquiera en necesidad de ser restaurado.

    Pienso que a veces los cristianos parecen saber demasiado después de muy poca observación y una cuidadosa consideración de las luchas y el sufrimiento de nuestro tiempo. Nuestros «ismos»: nacionalismo, capitalismo, conservadurismo, progresismo o idealismo; establecen la agenda más que aceptar los imprevistos. Y ese fue otro punto importante en nuestra reforma interna.

    Como lo explica Illich, la parábola del buen samaritano arroja luz sobre un aspecto olvidado de la vida cristiana: corruptio optimi pessima est, la corrupción de lo mejor es lo peor. El amor es la mejor expresión y la esencia misma de Dios. Cuando corrompemos el amor en obligación, en lugar del flujo natural que resulta de la misericordia, transformamos la esencia misma del evangelio en algo institucional y frío. En Lucas 10:30-37, Jesús nos enseña una profunda lección, una clave para entender el principio mismo del ministerio de Jesús: responder a lo inesperado.

    La planificación estratégica, que nunca se enseña como principio en la Biblia, está en el mismo centro de gran parte del trabajo en las iglesias actuales. Se establecen metas, misiones, planes y presupuestos, y se descartan todos los imprevistos. Esencialmente, no hay nada malo con esto, pero ¿qué es lo que aprendemos de la parábola? El samaritano no estaba obligado a hacer el bien, pero permitió ser afectado por el sufrimiento de un prójimo y respondió usando lo que tenía a su alcance. No hizo preguntas, sino que amó y actuó.

    Jesús ilustró el mismo principio en Lucas 8:40-56. Se encontraba en medio de una celebración cuando lo llamaron a atender a una niña muy enferma. Inmediatamente dejó a la multitud y fue hacia ella, pero aun cuando respondió a esta emergencia permitió ser interrumpido nuevamente, esta vez por una mujer que había tenido hemorragias durante doce años. Se detuvo para sanar a la mujer, y se dirigió de nuevo hacia la niña. En el camino alguien dijo que ya no era necesario, pues la niña había muerto. Aun bajo esa circunstancia, Jesús fue y la resucitó, generando alegría y alabanza en esa familia.

    Incluso después de esa demostración, un hombre religioso le preguntó: ¿«Quién es mi prójimo?». La parábola fue su respuesta. ¿Cuántas veces nuestro enfoque en los objetivos estratégicos nos ciega ante nuestro prójimo?

    members of Casa de Videira in front of a truck

    La reforma, en su sentido protestante (luterano) original, tenía que ver con ser católico (universal). Después de una generación se trataba de lo que significaba no ser católico. Para muchos en la actualidad «reforma» tiende a significar «si no estás de acuerdo con nuestra forma de ser iglesia entonces nos separamos y hacemos lo nuestro». Lo cual, irónicamente —como dijo uno de mis queridos amigos—, implica que ser «protestante» significa mayormente ser «arrogante». En lugar de definirnos a nosotros mismos en contra de algún otro grupo, el evangelio siempre nos invita a mirarnos al espejo y preguntarnos por nuestra propia transformación como seguidores de «el camino».

    Así que, sí, necesitamos una nueva reforma, pero hemos aprendido que el primer paso es dejar de esperar que comience en otros. En lugar de criticar a otros debemos plantearnos preguntas a nosotros mismos. Debemos estar dispuestos y listos a ofrecer respuestas, pero solamente una vez que hayamos escuchado las preguntas. Y mucho más importante, debemos permitir que Dios interfiera en nuestra agenda, interrumpa nuestros planes, y nos guíe de regreso a su jardín. Que tenga gracia y misericordia y traiga la reforma que necesitamos, empezando por donde estamos.


    Traducción de Raúl Serradell

    Imagen del encabezado: detalle de Arthur Brouthers, Elementos orgánicos; reproducido con permiso del autor.

    Contribuido por ClaudioOliver Claudio Oliver

    Claudio Oliver es miembro fundador de la Casa da Videira, una comunidad de fe en Curitiba, Brasil que practica la agricultura urbana. Su misión es vivir y cuidar de la creación, esperar y cultivar la "regeneración de todas las cosas", servir a su barrio e inspirar a otras iglesias para buscar nuevas maneras de vivir la fe.

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