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    Buscando y esperando al Señor

    Sin Jesús, no hay nada que pueda levantarnos y ponernos de pie ante la luz de Dios.

    por Christoph Friedrich Blumhardt

    lunes, 02 de enero de 2017
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    La historia de los reyes magos destaca para nosotros hasta el día de hoy, y alabamos al Espíritu de Dios porque dice algo para nosotros. En esta historia tenemos una vista del reino de Dios. Algunas personas aparecen de repente, esperando el Reino. Distintos a los Israelitas, estaban llenos de anhelo para el tiempo cuando vendría un gobernante a Israel. Así, esperaron y esperaron y no fueron decepcionados. Experimentaron un poquito del reino de Dios: Jesús nació, se abrieron los cielos y los poderes de Dios se presentaron en la tierra.

    Sin embargo, hoy día faltan personas que esperan el reino de Dios. Este reino es nuestra única salvación; es lo único que nos puede fortalecer en tiempos de prueba. Pero, el pueblo de Dios no solo se hace por esperar el reino; necesita dejarse ser dirigido. Lo que hace al pueblo de Dios es velar y orar con apremio, esperando por el reino de Dios, con corazones obedientes.

    Bueno, eso no es y nunca ha sido una idea popular. Muchos preferirían vivir y pensar según sus propias opiniones inflexibles… En nuestra historia, los magos llegaron desde tierras lejanas diciendo, «Hemos visto la estrella que nos indica un rey de los Judíos recién nacido», y los gobernantes y dirigentes se estremecen hasta el propio corazón. No podían soportar la idea de que un nuevo tiempo llegaría, y estaban perturbados.

    Pero los magos habían escuchado y esperado a Dios. Miraron las estrellas y de repente un ángel los apareció y dijo, «¡Escuchen!, no ha sido en vano su espera. Ha nacido un niño chiquito; desde el cielo altísimo ustedes ya tienen a un rey en la tierra. Ahora es niñito, luego héroe, un Príncipe de la Paz, Todopoderoso, el más poderoso de los hombres en la tierra.» Así, ellos siguieron esta estrella, este ángel de Dios y llegaron al lugar donde estaba el niño y lo adoraron. Aun hoy es así: no se puede simplemente venir al Salvador para adorarlo; un ángel de Dios debe dirigirte y conmover tu corazón; el Espíritu de Dios debe abrir tu corazón para poder adorar al Salvador. Entonces no dirás «Jesús, mi Salvador» por mera costumbre, sino con poder vivo, «¡Sí, Jesucristo ayer, hoy y por toda la eternidad!»

    Pasa lo que pasa, el Salvador está seguro: el reinado fuerte y claro de Dios lo tiene seguro, y nadie lo puede dañar.

    Consideremos ahora esta imagen bonita: la adoración tranquila al Salvador. La historia del mundo continúa con todos sus gobernantes poderosos, como si pudieran cumplir todo; pero ocultos y tranquilos, algunas personas alaban al Salvador, sus caras dirigidas a él y sus espaldas al tumulto del mundo. Siempre existe la misma pregunta: «¿Quién es el señor en la tierra? ¿Los reyes y emperadores? ¿Los príncipes y pueblos? ¿Las razas o sociedades? ¿O es el Único, Jesucristo, para gloria de Dios Padre?» Esto es el punto máximo de la gran batalla. Es cuestión de soberanía, no una cuestioncita amable y religiosa. Si lo crees o no, esta cuestión de soberanía pertenece al mundo de hoy: ¿Quién reinará: Jesús o las naciones? ¿Quién estremecerá al mundo: conmoción y provocaciones extranjeras, gritos de guerra y levantamientos de unos países contra otros? ¿Quién poseerá nuestros corazones y mentes? ¿Quién nos conmoverá?

    Lo que más nos debería conmover es llegar a la verdadera adoración de Jesucristo por medio del Espírito de Dios, porque sin Jesús no hay nada; sin Jesús no hay reino de Dios en la tierra, no hay amor, ni compasión ni paz ni perdón de los pecados, y no hay salvación. Sin Jesucristo no hay nada en este mundo que pueda levantarnos y ponernos de pie ante la luz de Dios.

    Así, los magos adoran tranquilamente, y alrededor suyo se hacen preparaciones para todos los males que el mundo es aun capaz de originar. Nos apena a menudo que tanto mal parezca tener el derecho de existir en la tierra. Pero eso tiene que ver con el reino de Dios, como la imagen que se describe aquí. Dejemos que las personas agoten su furia; el Señor los permite. No se van a controlar por la fuerza. Déjelos enfurecerse; todo pasará. El Salvador permanece y será venerado por aquellos que esperan tranquilos el reino de Dios.

    Una gran masacre sucedió en Belén, un momento terrible para muchas personas, y había llanto de desesperación: «Señor Dios, ¿qué quiere decir esto?» Sí, esto pasa a menudo en la historia del reino de Dios. Llegan tiempos, llegan hombres, llega crueldad y barbarismo, al grado de gritar urgentemente, «Señor Dios, ¿cómo es posible? Todo se perderá si estos poderes terribles continúan existiendo.» No obstante, hay que dejar que el mundo sea arrasado, que presente ira y crueldad; el Salvador está seguro: el reinado fuerte y claro de Dios lo tiene seguro, y nadie lo puede dañar…

    Así queremos alabar hoy a Dios porque con claridad y firmeza podemos estar al lado de Jesús en las luchas de la tierra. No necesitamos preguntar, «¿Quién es el Señor?» Jesús es el Señor para la gloria de Dios Padre, y nos aferraremos a eso hasta el final. Por supuesto, Jesús es el más fuerte, el más poderoso, él más amoroso, atento y compasivo. Él estremece nuestros corazones para poder tener alegría aun en medio de la tristeza; y por medio de su nombre, paciencia hasta en los momentos más difíciles.


    Extraído y traducido de Sermon for Three Kings’ Day, January 6 1913.

    Adolf Hölzel (1853-1934). Adoration, 1912 Oil on canvas, 85 x 67 cm
    Adolf Hölzel, Adoración, 1912. Wikimedia Commons
    Contribuido por ChristophFriedrichBlumhardt2 Christoph Friedrich Blumhardt

    Christoph Friedrich Blumhardt (1842-1919), pastor y socialista religioso, nació en Möttlingen, Alemania. Su padre fue el pastor y ensayista Johann Christoph Blumhardt.

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