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    Mi abuelo no asistió a la boda de mi madre

    Un distanciamiento familiar debido a la raza toma un giro sorprendente

    por Heather Thompson Day

    lunes, 08 de febrero de 2021

    Otros idiomas: English

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    • olga Bruno

      Muy Interesante.

    Mi esposo es blanco y yo soy negra. En realidad, soy birracial, sin embargo, nadie me pregunta si mi madre es blanca cuando me ven, por eso, con frecuencia, simplemente digo que soy negra.  Aunque lo curioso es que la raza no es real; no hay una base científica que explique por qué nos llamamos blancos o negros; son etiquetas fabricadas que usamos para clasificar a las personas. La verdad es que todos somos iguales.  Entonces, ¿por qué no aprendimos esto en la escuela?

    Debido a que la raza no existe biológicamente, a lo que en verdad nos referimos cuando hablamos de raza, es a nuestras experiencias. Cuando digo que soy negra, lo que estoy diciendo es que me identifico con la experiencia negra en Estados Unidos. Cuando mi esposo dice que es blanco, se refiere a que se identifica con la experiencia blanca en nuestro país.

    Siempre me ha parecido extraño que alguien intente hablar sobre la experiencia de otra persona. Estoy muy agradecida por un esposo que me escucha y no habla por mí.  También estoy agradecida por una madre blanca, que adora a mi padre negro y ha caminado a su lado a lo largo de su experiencia. Deberíamos escuchar más; así, todos seríamos mejores.

    Me casé en Clearwater, Florida, que siempre ha sido un lugar mágico para mí. Mis abuelos tenían un condominio que daba al mar, allí pasé mis vacaciones escolares mientras iba creciendo.  Los veranos los pasaba pescando con mi abuelo, quien me enseñó a cebar mi propio anzuelo y a sacar un pez saltarín del señuelo. Siempre tenía un palillo en la boca y se ponía una gorra de beisbol, además, olía a menta.  Me subía a su regazo y él empezaba a barajar el mazo de cartas y me enseñaba a jugar póquer.  

    Cuando me casé, mi padre que es pastor, ofició la ceremonia; mi abuelo me llevó al altar. Yo coloqué mi brazo tembloroso sobre su brazo firme y caminamos juntos hacia mi esposo. No pudo hacer lo mismo por mi mamá. No pudo hacerlo porque no asistió a su boda, y no asistió porque mi papá es negro.

    Instintivamente, siempre he sabido que las personas pueden mejorar. Que nadie responde a una acción o respuesta única; que somos más que una sola decisión, una sola palabra o un solo relato. He sabido que un mal comportamiento puede encontrar redención y arrepentimiento, mi familia interracial me lo ha enseñado. Antes de que mi abuelo fuera el hombre amoroso que conocí, fue el padre que no asistió a la boda de su propia hija.

    No sé cómo compartir la gracia con personas que nunca han pedido perdón.

    Mi madre creció en Grand Rapids, Michigan. No estoy segura si ella había conocido personas negras antes de que mi papá se sentara en una de las mesas que ella atendía en un lujoso restaurante. Él era actor y estaba de gira con el espectáculo de Broadway Jesucristo Superestrella. Mi madre era mesera y se suponía que tenía el día libre, pero estaba cubriendo el turno de una compañera. Cuando mi padre la vio, se inclinó hacia su amigo y le dijo: “creo que será mi esposa”. Le dejó dos boletas para el espectáculo y una gran propina. Mi mamá no tenía ningún interés en ver Jesucristo Superestrella porque ya la había visto, sin embargo, una amiga le rogó que fueran a verla otra vez, además, tenían boletas gratis. Después del espectáculo, se reunió con mi padre detrás de bastidores y fueron a bailar al centro; mi padre dijo que, en ese momento, supo que ella era la persona indicada.

    Mi madre no le contó a mi abuelo que su nuevo novio era negro. Les dijo que era un actor de Nueva York que entró a su restaurante; no sabía cómo decirles que no era blanco. Un día, mi padre la llamó a la casa, pero ella no había llegado. Mientras hablaba con mi abuela, por alguna razón que nadie recuerda, él decidió decirle casualmente que era negro. Mi abuelo le dijo a mi madre que, si ella quería seguir saliendo con un hombre negro, le sacaría todas sus cosas a la calle. Entonces, ella se fue; compró un boleto de ida a la ciudad de Nueva York y no regresó durante casi diez años.

    A medida que las tensiones raciales aumentaban en los Estados Unidos el año pasado, con frecuencia, me sentí furiosa. Furiosa, cansada y ansiosa. Estaba harta de la supremacía blanca y harta de los cristianos, que no la consideraban un factor determinante. Cuando estoy navegando por internet, frecuentemente encuentro comentarios horribles en mis redes sociales; para ser honesta, no sé cómo tener gracia en esos momentos. Y no veo cómo pueda seguir perdonando a personas que ni siquiera piensan que están equivocadas. No sé cómo compartir la gracia con personas que nunca han pedido perdón.

    Pero luego me acuerdo de mi abuelo y su historia me confirma que las personas pueden ser mejores; también recuerdo que la gracia es para los que no lo merecen.

    Cuando mi mamá tuvo a mi hermana mayor, la relación con sus padres empezó a mejorar. No fue un proceso de la noche a la mañana; tomó varios años.  Sin embargo, para cuando yo nací, no había un mes o festividad que pasara sin mis abuelos; mi abuelo fue uno de los mejores hombres que conocí; ambos fueron parte esencial de mi existencia. Honestamente, es muy difícil siquiera imaginarlo amenazando a mi madre con que iba a sacar sus cosas a la calle.

    Mi abuelo se convirtió en el padre que mi papá nunca tuvo; dice que aprendió de él todo lo relacionado con los asuntos de ser “padre”: cómo pintar la casa, cambiar una llanta o arreglar algo que se ha descompuesto. Mi padre creció con siete hermanas y luego se volvió actor; es del tipo soñador creativo, ciertamente no es de los que andan con una caja de herramientas. Mi abuelo le enseñó cómo usarlas, también lo llevó a pescar. Todavía los puedo ver por la ventana de la pequeña casa en Grand Rapids, limpiando los pescados y riéndose juntos.

    Cuando publiqué mi primer libro, mi abuelo nunca lo dejaba; siempre llevaba una copia a donde fuera e incluso se lo mostraba a extraños en las cafeterías. “Mi nieta lo escribió”, decía, y ellos fingían que les interesaba. Cuando conocí a mi esposo, mi abuelo siempre lo agarraba brazo y le decía algo sobre todos sus tatuajes, después lo abrazaba y le susurraba al oído: "eres un buen tipo".

    Cuando Barak Obama se lanzó a la presidencia, mi abuelo estaba en primera fila para votar por él; ¡estaba muy emocionado! Intencionalmente empezó a tomar acciones frente a los problemas raciales; los tomaba como algo personal. Conocía el pecado del prejuicio y, también, la calidez de la redención. Mi abuelo tenía un colega negro que estaba sufriendo hostigamientos por su raza y él se aseguró de hacerles saber a todos que los golpearía si seguían molestándolo.

    Es increíble ver cómo las personas se pueden transformar. Cómo el perdón puede regar el terreno seco. Cómo los árboles pueden crecer en los desiertos.

    Últimamente, he pensado mucho cómo la historia de mi familia pudo haber sido totalmente diferente. Mi padre habría podido decirle a mi madre que no quería tener ninguna relación con sus padres y creo que mi madre hubiera respetado su decisión. El día que ella compró ese pasaje sin retorno, eso fue lo que quiso decir, ella tomó una decisión. No estoy totalmente segura cómo fue que ellos empezaron a hablarse de nuevo, pero lo cierto fue que lo hicieron, con la bendición inmerecida de mi padre. Mis abuelos estuvieron justo a tiempo para el nacimiento de mi hermana.

    Me alegra que mis abuelos se hayan arrepentido y que mi padre nunca les dijera que no quería tener ninguna relación con ellos. Conozco otras familias interraciales que no han tenido tanta suerte. No hay viajes a pescar, ni juegos de cartas, ni cinturones de herramientas, ni palillos en la boca. Me conduelo de ellos. Soy profesora de comunicaciones y una de las cosas que sabemos acerca de la persuasión es que esta funciona mejor cuando hay una relación. Entre más conocemos a las personas, mejor nos caen; entre más nos involucramos con sus historias, más humanos nos volvemos. Las relaciones pueden atravesar muchas diferencias y la raza es precisamente una de ellas. Estoy muy agradecida porque mi padre estuvo dispuesto a restaurar la relación con mis abuelos. No puedo imaginar mi vida si no lo hubiera hecho.

    Lo que alguien es hoy, no necesariamente es lo que será mañana; la relación con otros puede ser lo único que los persuada de verse y de ver a los demás de manera diferente.

    También estoy agradecida por mi identidad birracial. Gracias a ello, las cosas rara vez son negras o blancas para mí; gran parte de la vida es gris. Hay días en que me repugnan las acciones, palabras o apatía de las personas; otros días quiero borrar el ochenta por ciento de las publicaciones de mi Facebook y bloquear a decenas de personas en Twitter. A veces, la incapacidad de algunas personas para escuchar las experiencias de los otros, en vez de las propias, me hace sentir el deseo de rendirme.

    Pienso en voz alta: “¡Nunca lo entenderán! He visto algunas personas llamar a otras “basura” por no estar de acuerdo con ellas. Veo una cultura de exclusión en ambos lados del espectro político. Hay tantos días en los que ya no quiero ser buen vecino o mostrarme feliz ante mi prójimo. En realidad, existen personas malas. Hay verdaderos racistas y Proud Boys listos para “retroceder y esperar”. No sé cómo amar a mis enemigos. No siento un amor lo suficientemente fuerte como para sostenerme.

    Pero entonces, Dios me recuerda que antes de que mi abuelo fuera ese hombre que conocí, fue el padre que no asistió a la boda de su propia hija. Las personas tienen la capacidad de ser mejores. Lo que alguien es hoy, no necesariamente es lo que será mañana; la relación con otros puede ser lo único que los persuada de verse y de ver a los demás de manera diferente. El comediante cristiano Mark Lowry lo plantea de esta forma: “Dios esparce su gracia, de la misma manera en que un chico o chica de cuatro años esparce mantequilla de maní, la riega por todas partes”. Mi abuelo es un recuerdo constante de que la gracia tiene un palillo en la boca y que la esperanza huele a menta.

    una novia y su abuelo

    Heather Thompson Day y su abuelo en el día de su boda. Fotografía gentileza de la autora.

    Mi abuelo murió hace siete años. Yo me acurruqué en su gran silla reclinable en la sala y traté de sentir su presencia. Sobre la mesa que estaba a mi lado, vi mi primer libro, doblado y gastado por el uso constante. Sollocé en la silla de mi abuelo; no sabía qué sería de mí sin su brazo firme, para seguir caminando hacia adelante.

    En su memoria, me comprometí a ser paciente. Lo que me enseñó sobre la vida nos superó a los dos. Me he comprometido a amar y hacer lo que mi padre decidió hacer cuando se enfrentaba a la injusticia. Caminó al lado de mis abuelos.

    Por eso hoy, mientras escribo esto, respiro profundo y trato de centrarme en mí misma.  Intento llegar a lo más profundo de mi alma y alcanzar con mis manos un poco de esa esperanza. Antes de que mi abuelo fuera el hombre que conocí y amé, fue el padre que no quiso ir a la boda de su propia hija.

    Probablemente todos tenemos al menos una persona con quien podemos caminar por el camino polvoriento, largo, difícil, sinuoso y quebrado de la reconciliación racial. ¿Qué pasa si cada uno de nosotros se pone los zapatos para caminar? Las personas son capaces de mejorar; si alguien les muestra cómo, pueden ser mejor.

    Porque la gracia es para las personas que no lo merecen.


    Traducción de Clara Beltrán
    Contribuido por

    La Dra. Heather Thompson Day es oradora cristiana interdenominacional y escritora contribuyente para Religion News Service, Newsweek, y Barna Group. Además, es profesora adjunta de Comunicaciones en la Colorado Christian University. Su pasión es apoyar a las mujeres y dirige un foro en línea, I’m That Wife. Cree que su llamada es abogar por los jóvenes en las iglesias. Es autora de siete libros, incluso It’s Not Your Turn y Confessions of a Christian Wife.

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