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    Semillas de Siloé

    El cambio real brota de la comunidad y crece lento

    por Harold Muñoz

    domingo, 03 de octubre de 2021
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    En el sector de La Piedra debería haber una huerta comunitaria, pero solo hay escombros y maleza. De ahí no saldrán alimentos y, de nuevo, germinará la escasez. Es tal el abandono, de lo que se suponía debían cuidar entre todos, que un vecino apenado salió de su casa para dar la cara por el resto de sus compañeros: “Es que con lo del Paro le hemos metido fuerza a otras cosas”, le explicó a Jhon Guevara, líder del sector de La Estrella y quien ha estado promoviendo la siembra de huertas en distintos sectores de Siloé. Este le contestó al otro sin cantaletear, pues ha entendido que cuando la gente no quiere hacer las cosas, bien sea por pereza o porque le es imposible, resulta inútil pelear. Además, luego de un año liderando procesos sociales, ha comprendido que el trabajo comunitario exige constantes acuerdos y cesiones entre las partes. “La idea —le recordó Jhon al vecino— es que ustedes se hagan cargo, “mano”, que nos empoderemos de nuestra mala situación”.  

    Gente trabajando en una huerta comunitaria con canteras.

    Las huertas comunitarias de Siloé, Cali, Colombia. Fotografías de Fernanda López Carranza. Usadas con permiso.

    El vecino de La Piedra se refería al Paro Nacional que comenzó el pasado 28 de abril, como respuesta a la reforma tributaria que quería imponer el estado colombiano y que ha concentrado distintos esfuerzos en pos de la reivindicación social. Dicha reforma profundizó varias heridas, entre ellas, el exacerbado odio de clases que hay entre los colombianos. Una vez más, el Estado pretendía llenar el hueco fiscal, que achacaba en esta ocasión a la pandemia del Covid-19. Con tal fin, a principios del 2021 estranguló el ya apretado cuello de las clases medias y populares. El estallido de las revueltas no se hizo esperar. Por su parte, la represión policial dio como resultado usos excesivos de la fuerza, que quedaron registrados principalmente por las cámaras de los celulares de los manifestantes. Las evidencias de estos abusos son innegables, al punto que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos las ha confirmado en un informe que se presentó el 5 de julio de este año ante la OEA.

    El alzamiento, entonces, fue general, pero tuvo una especial concentración en las clases más bajas. En Cali, Siloé fue uno de dichos epicentros. Ahí la gente se organizó, como rara vez lo había hecho, para participar en el Paro de forma activa, continua y pacífica; un activismo que se venía gestando desde mucho antes de que el gobierno anunciara la polémica reforma tributaria. A raíz de la pandemia del Covid-19 nacieron algunos emprendimientos sociales para hacerle frente al hambre: personas motu proprio se juntaron con sus vecinos para, por ejemplo, repartir almuerzos, cuidar niños y dar clases de arte, entre otros. Proyectos que se fueron afianzando y que luego se juntaron para formar la Banda Solidaria, un colectivo que ha reunido las distintas manifestaciones de resistencia que se han creado en la comuna en el último tiempo. Al respecto, Kevin Gutiérrez, quien vive en el sector de Los Mudos, explicó lo siguiente: “fuimos muchos los que comenzamos con proyectos para no dejarnos del coronavirus. Algunos nos pusimos a gestionar mercados, otros que con el tema del arte y la cultura. Yo mismo comencé regalando almuerzos para los habitantes de calle cuando a todo el mundo le daba pavor salir de su casa”. Resulta llamativo que, mientras la respuesta del Estado a la pandemia era subir los impuestos, la comunidad de Siloé, que por sus condiciones sociales ha sido una de las más afectadas, respondía con trabajo solidario.

    Niña plantando en una huerta comunitaria.

    Cabe mencionar que ninguno de los tres líderes comunitarios que se mencionarán en el presente artículo son trabajadores profesionales de la labor social. Jhon Guevara se dedica a soldar estructuras de hierro; Kevin Gutiérrez trabajaba en una fábrica de Herpo, una cadena de ropa, hasta que lo despidieron por cuenta de la pandemia; y Adriana Moreno, la más joven de los tres, está desempleada. Ella, durante su infancia, hizo parte de una de las Casas de Restauración Juvenil Francisco Esperanza, un programa de la fundación Alvaralice, que atiende la exclusión social de menores de edad en barrios pobres de Cali. Gracias a ese espacio, reconoce Adriana, siempre ha tenido afinidad por ayudar a los demás. La formación de estos tres líderes no demerita su labor, sino que la exalta y explica lo que ha pasado en Siloé desde que la pandemia se subió a sus lomas. Es la misma gente que ha sufrido los estragos económicos del virus la que se ha estado levantando y con su ejemplo ha señalado un posible camino de cambio. Es la misma gente que, de forma intuitiva, ha tratado de dar solución a dos de los principales problemas que los han aquejado desde siempre: la violencia y el hambre.

    Uno de los emprendimientos sociales que se crearon fue la siembra de huertas comunitarias. Ya que no había cómo comprar o salir por alimentos, la gente se puso a cultivar los suyos en sus casas o en las zonas comunes de los barrios. Hicieron recolectas, actividades sociales, juntaron esfuerzos y dinero para comprar herramientas y semillas. “No queríamos depender de nadie —dijo Adriana Moreno, líder del sector de San Francisco y quien actualmente lidera la Banda Solidaria— ni del gobierno, ni de los supermercados; y pues a mí siempre me había gustado sembrar”. Esta forma de resistencia, por otro lado, recuerda al origen mismo de Siloé, que comenzó como un barrio de invasión a principios del siglo XX. En este lugar lo único que ha sobrado es tierra, por eso sigue creciendo, cada tanto llegan nuevos habitantes a ocupar un nuevo pedazo; de ahí que se pueda sembrar en los patios de las casas y en las zonas comunes del barrio.

    “Yo prefiero el proceso, el trabajo comunitario y hacer el cambio real, de a poco.”

    Uno de los procesos exitosos de siembra era el de la casa de William, un vecino del sector de La Estrella. Habían sembrado tomate, plátano y cilantro, parecía un jardín vertical; cada cultivo como un balconcito de cogollos. Una vez cultivados, todos esos alimentos iban a parar a la olla del Grupo Cooperativo La Estrella. Otro proyecto solidario que nació en el último año, liderado por mujeres, se encarga de hacer una olla comunitaria —los domingos, principalmente— de la que pueden almorzar los vecinos del sector.

    “Hasta el momento —explicó Jhon Guevara, entre preocupado y risueño— los principales enemigos de la huerta han sido los gatos. Por eso vamos a hacer un tendido que la proteja”. Sin embargo, en Siloé hay más de un “gato” que puede ser un problema para que las huertas comunitarias se esparzan por toda la comuna. La idea es que los colectivos den el primer impulso, que se haga un día de siembra en el que se intervenga un espacio y que, de ahí en adelante, sea la misma comunidad la que se haga cargo del cuidado de las plantas. Sin embargo, como se evidenció con la huerta de La Piedra, esto no siempre se cumple. Son varios los impedimentos y el más problemático es la violencia. “Hay que ganarse la confianza de la gente —comentó Adriana Moreno—  por ejemplo, hay que hacerles entender que mientras estén sembrando no va a venir otro pelado de otro barrio a matarlos”. Entonces, la realidad social es otra variable con la que cualquier líder de Siloé debe hacer concesiones. Es esta la que determina los tiempos, los plazos y la viabilidad de los proyectos, que a veces mueren porque el contexto resulta demasiado árido. “Hace unos días —recordó Yuli, la esposa de Jhon Guevara y quien comanda la cocina del Grupo Cooperativo de La Estrella— vinieron unos pelados armados a pedir que les diéramos almuerzo”. Jhon remató la anécdota: “Acá los pelados le cuidan el culo a una gente que ni siquiera les da de comer”. 

    Huerta comunitaria con trabajadores, tierra y borde de bambú.

    Una situación que se hizo evidente debido al Paro Nacional. El 3 de mayo del presente año se organizó una velatón en la rotonda de Siloé —la parte más baja de la comuna, por donde pasa la avenida Circunvalar de Cali—. Se quería homenajear a los que habían sido asesinados en las protestas, bien fuese por presunto abuso policial o por desconocidos que se infiltraron en las marchas para atentar contra estas. Tanto Jhon como Kevin y Adriana estuvieron esa noche. Los tres coinciden en que, más o menos a las siete de la noche fueron emboscados por la Policía, a pesar de que, incluso, había niños participando de la velatón. Les dispararon desde el helicóptero oficial, desde las calles aledañas. Gases lacrimógenos, bombas aturdidoras, plomo. Hubo muertos. Hubo heridos. “La gente corrió hacia la loma y fueron los pelados de las pandillas los que se encargaron de repeler el ataque policial”, comentó Adriana. Y no solo ellos, esa misma noche, una mezcla de indignación e intereses criminales atizó la turba para que fuera a quemar las estaciones de la Policía que había en la comuna. Con ese acto, aquella institución tuvo que abandonar Siloé y solo volvió dos meses después, en julio. Sin embargo, el poder no admite vacío y menos en un país como Colombia, en donde abundan los actores armados. Ante la falta de orden, las bandas criminales se posicionaron y dictaron sus propias normas. La gente quedó a merced de estas y en un dilema: por un lado, la policía, en la que nunca han confiado y que acusan de corrupta; y por el otro, las bandas que, con sus métodos, habían instaurado una aparente calma que en cualquier momento podía estallarles en la cara.

    “Hubo excesos de ambos lados —dijo Kevin Gutiérrez, quien además admitió que un Paro Nacional, más uno tan largo como el que hubo entre mayo y junio del 2021, puede ser problemático—, hubo excesos tanto de la policía como de algunos manifestantes que quisieron aprovechar la situación de desorden. Ese no es el camino. Las marchas también son una excusa para hacer que te maten facilito a vos, que sos un líder de tu comunidad y que estás trabajando por la gente. Yo prefiero el proceso, el trabajo comunitario y hacer el cambio real, de a poco”. En eso también coinciden Jhon y Adriana, quienes participaron del Paro durante los primeros días, pero luego se alejaron para cuidar sus vidas y para no dejarse llevar por la furia de algunos manifestantes, que a su vez fue aprovechada por bandas criminales que deseaban hacerse del control territorial de la comuna. “Yo confío más en el arte que en la propia policía”, sentencia Kevin, a pesar de las dificultades que ha tenido que sortear en los últimos meses para llevar a cabo su labor social. Sus palabras recuerdan la decisión que él y otros líderes de Siloé han tomado: en vez de esperar a que alguien de afuera los atienda, ponerse manos a la obra, así sea con poco o nada; optar por un proceso que arranque desde la comunidad, aunque en muchas ocasiones dicha comunidad no se apropie de las iniciativas y las mismas terminen muriendo. Kevin, Jhon y Adriana llevan un año trabajando por sus vecinos. Hace más de un año que la pandemia tocó a sus puertas y los movilizó a resistir. Aún resisten.

    Contribuido por HaroldMunoz Harold Muñoz

    Harold Muñoz nació en Cali, Colombia en 1992. Ganó el premio Nuevas Voces por su novela Nadie grita tu nombre (Emecé, 2014).

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