“Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños y vuestros jóvenes verán visiones” —Jl 2:28

La noche antes de su muerte, Martin Luther King Jr. predicó su último sermón en Mason Temple. Este edificio monumental de ladrillo y piedra en el centro de Memphis es la sede central de la segunda confesión negra más grande en Estados Unidos, conocida como Church of God in Christ —Iglesia de Dios en Cristo. Cerca de donde King estuvo parado se encuentra la tumba en mármol del fundador de la iglesia, el obispo Charles Harrison Mason, quien nació esclavo y se transformó en el principal líder pentecostal estadounidense.

El pentecostalismo, hoy la rama del cristianismo de más rápido crecimiento, enfatiza el poder del Espíritu Santo para transformar cada aspecto de la vida del creyente. El movimiento se originó en el Reavivamiento de la Calle Azusa, en Los Ángeles, en 1906. Apenas unos meses después de comenzado este reavivamiento multirracial, Mason viajó a California para ver con sus propios ojos lo que estaba sucediendo. Ese fue el punto de inflexión de su vida. Tal como Mason relataría más tarde: “El Espíritu descendió sobre los santos y sobre mí… Después me entregué para que Dios hiciera su voluntad en mí. Entonces una oleada de gloria entró en mí y todo mi ser fue colmado con la gloria del Señor”.

Mason, quien fue “bautizado con el Espíritu Santo” —así describen los pentecostales su experiencia de conversión—, se volvió un valiente evangelizador del nuevo movimiento. Al momento de su muerte, siete años antes del sermón de King, la Iglesia de Dios en Cristo reunía a cuatrocientos mil miembros en cuatro mil iglesias en Estados Unidos y alrededor del mundo.

Profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas

Ese santuario, epicentro del pentecostalismo global, fue el lugar donde King se puso de pie para hacer su discurso de despedida, recordado como “La cima de la montaña”. En retrospectiva, esto parece fuertemente simbólico. Para los pentecostales, la promesa del profeta Joel es un pasaje central de las escrituras, que el apóstol Pedro citó durante el primer Pentecostés en Jerusalén: “Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños y vuestros jóvenes verán visiones” (Jl 2:28). Escuchado en ese contexto, el último sermón de King puede ser entendido como el cumplimiento de una antigua promesa. También él fue alguien en quien el Espíritu se derramó, alguien empoderado con el don de la profecía.

Fotografías de Wikimedia Commons (dominio público)

En el cincuentenario de la muerte de King,1 pocos homenajes reconocen que el movimiento espiritual y político que él condujo fue un movimiento del Espíritu Santo. Sin embargo, los relatos seglares de su vida y su mensaje no explican lo que le sucedió a él y a través de él. Tampoco reconocen que aquellas fuerzas a las que se opuso —la supremacía blanca, la opresión económica y el militarismo— son realidades espirituales por sí mismas, poderes demoníacos que deben ser combatidos con armas espirituales. Como lo indica el Nuevo Testamento: “No tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes” (Ef 6:12).

Este hecho no solo tiene interés histórico. Ya sea o no que el Espíritu Santo inspire nuestro activismo político y cultural, hoy adquiere vital importancia. La virulencia del discurso defensor de la supremacía blanca está en un nuevo punto bajo, en tanto la acción de quienes defienden la supremacía blanca está en auge. Personas inocentes han sido atacadas en Charlottesville, Virginia y en la Iglesia Madre Emanuel en Charleston, Carolina del Sur.[1] Esta realidad exige que la iglesia recupere el poder del Espíritu para discernir cuál es la respuesta más eficaz. Debemos nombrar, desenmascarar y enfrentar los poderes invisibles que amenazan la existencia humana.

King el cristiano

A lo largo de 1960, King condujo una lucha política contra las fuerzas macroestructurales desplegadas contra las personas negras. Su genialidad estuvo en reconocer el poder de la iglesia negra para organizar la resistencia ante la supremacía blanca, una dinámica que ningún miembro de la intelectualidad seglar había anticipado. Ninguno de los científicos sociales, blancos o negros —W. E. B. Du Bois, E. Franklin Frazier, Gunnar Myrdal, Arthur Schlesinger Jr.―, había predicho esto. King insistía en que la palabra cristiano figurara en el título de lo que originalmente fue la Conferencia de Líderes del Sur, porque sabía que los negros en el Sur se sentirían fortalecidos por la solidaridad cristiana, y que para ellos la iglesia sería la más poderosa base organizativa. La Conferencia Sur de Liderazgo Cristiano se transformó en una de las instituciones insignia para el movimiento por los derechos civiles.

Así de profundo fue el compromiso de King hacia la ética cristiana del amor, basado en las enseñanzas de Jesús. En su sermón del monte, Jesús predicó la no violencia, el amor al enemigo y el perdón incondicional. Para King, el modo de amar de Jesús mantenía una profunda relación con la estrategia de resistencia pacífica que había aprendido de Mahatma Gandhi.

Sin duda, King creía sinceramente en los principios de la acción no violenta. Pero la brillantez estratégica de valerse de los métodos de Gandhi también es incuestionable. En el Sur estadounidense, con el régimen Jim Crow, terrorista y totalitario, la no violencia era el arma perfecta.

Los logros del movimiento por los derechos civiles no tuvieron precedentes y fueron un regalo de Dios. Sin embargo, a finales de 1960, la confianza de King, apoyada solo en la ética de Gandhi, mostró ser insuficiente. King tenía una formación liberal protestante y apenas tenía una leve conciencia de los principados y las potestades invisibles que están tras la violencia de la supremacía blanca. Al final, esta visión teológica limitó la perdurabilidad del movimiento y su capacidad para adaptarse a circunstancias políticas radicalmente diferentes, tales como la vida urbana fuera del Sur.

La influencia de la teología liberal

El liberalismo de Martin Luther King Jr., de hecho, puede ser visto como un subproducto accidental del totalitarismo supremacista del Sur estadounidense. Fue criado en Atlanta, en la iglesia de su padre ―la Iglesia Bautista Ebenezer—, y se le enseñó a creer en la autoridad de la Biblia. Pero su conocimiento de la enseñanza del Nuevo Testamento acerca del Espíritu Santo, con todas sus potenciales implicaciones políticas, no se desarrolló lo suficiente. Fue educado en Morehouse College, la institución preferida para formar a la élite de hombres negros, donde tuvo como mentor al legendario y teológicamente liberal Benjamin E. Mays.

Luego asistió al Seminario Teológico Crozer en Upland, Pensilvania, donde absorbió el liberalismo teológico del protestantismo norteño de los cincuenta. Allí se le inculcó una baja consideración de la autoridad bíblica y una suspicacia ante lo milagroso y lo sobrenatural. En el primer volumen de su trilogía ganadora del Premio Pulitzer, Parting the Waters, el historiador Taylor Branch registra el mundo teológico del joven King como seminarista en Crozer. El chiste habitual entre los estudiantes de Crozer que sobrevivían el primer semestre era que “la imagen bíblica de Moisés se destruía en el primer semestre y Jesús era rematado en el segundo”. Este ambiente alejó a King de una visión puramente bíblica del Espíritu Santo.

“No tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.” —Ef. 6:12

Sin embargo, la historia de la evolución teológica de King no termina aquí. En aquel Sur de los cincuenta, los seminarios teológicamente conservadores, con independencia de su confesión, fueron  en su mayoría segregados. A diferencia de los seminarios norteños, decían tener la Biblia en alta consideración y se valían de esto para justificar a Jim Crow mediante la interpretación de la maldición de Noé sobre los descendientes de su hijo Cam, en referencia a los negros. Por lo tanto, patrocinaban el creacionismo de la tierra joven a la vez que, con raras excepciones, toleraban —y acaso apoyaban—el programa terrorista del Ku Klux Klan.

Hay aquí una ironía sorprendente: el racismo de los seminarios sureños blancos condujo a los futuros líderes negros más talentosos hacia los seminarios norteños integrados, que eran menos explícitamente racistas. De ese modo, el pecado de la supremacía blanca de los cristianos conservadores plantó su semilla de resistencia en los corazones de una generación emergente de líderes religiosos negros. No fue sorprendente, sin embargo, que estos precoces estudiantes negros emergieran con una orientación teológica y social decididamente liberal. Así, durante la primera mitad del siglo veinte, el liderazgo intelectual de la iglesia negra sería formado en un medio que los inhibía de acceder completamente a la visión bíblica radical del movimiento pentecostal acerca del poder del Espíritu Santo.

El movimiento después de King

 

La imposibilidad de King y su movimiento eclesial de reconocer completamente la naturaleza espiritual del desmoronamiento de una izquierda política coherente durante los sesenta tuvo sus consecuencias culturales significativas. En la década siguiente emergieron varias manifestaciones de una forma ingeniosa y compleja de arte: el hip hop y el rap. Esto ponía en evidencia el dolor de los barrios marginales, así como la creatividad de aquellos que habían sido abandonados allí.

El filósofo cristiano Cornel West proporciona un análisis brillante e importante de este entorno. En su libro, Race Matters, asegura correctamente que “el punto de partida adecuado para un debate crucial acerca de las expectativas para un Estados Unidos negro es el análisis del nihilismo que impregna las comunidades negras de manera creciente”. Luego propone una definición: “El nihilismo no debe ser entendido como una doctrina filosófica que propugna la no existencia de fundamentos racionales para establecer estándares o autoridad legítimos, sino la experiencia viva de lidiar con una horrible vida de sinsentido, desesperanza y, lo más importante, desamor. El resultado aterrador es un desinterés insensible hacia los otros y una disposición autodestructiva hacia el mundo”. Su análisis tiene una confirmación empírica creativa en las palabras del clásico de Grandmaster Flash: The Message.

You’ll grow in the ghetto livin’ second-rate
And your eyes will sing a song called deep hate
The places you play and where you stay
Looks like one great big alleyway
You’ll admire all the number-book takers
Thugs, pimps and pushers and the big money-makers . . .
And you’ll wanna grow up to be just like them, huh . . .
Turned stick-up kid, but look what you done did
Got sent up for a eight-year bid . . .
’Til one day, you was found hung dead in the cell
It was plain to see that your life was lost
You was cold and your body swung back and forth
But now your eyes sing the sad, sad song
Of how you lived so fast and died so young.2

Esa actitud nihilista refleja el triunfo de lo demoníaco en la cultura circundante. ¿Qué debemos, por tanto, hacer al respecto? Inspirado en las enseñanzas de Jesús, West propone una respuesta: “Si uno empieza por la amenaza del nihilismo concreto, entonces uno debe hablar acerca de algún tipo de política de conversión… El nihilismo no se supera con argumentos ni con análisis. Debe ser domeñado por el amor y la preocupación por los otros”.

Según West, “en el centro de las políticas de conversión debe haber una ética del amor”. Uno necesita el poder sobrenatural de Dios para resistir el poder del maligno y para lograr la transformación que se requiere para vivir una vida de amor. En este momento de la historia, la iglesia debe una vez más comprometerse en la lucha espiritual que transformará la sociedad y renovará la cultura.

Para destruir fortalezas

La realidad espiritual de la lucha de los derechos humanos fue comprendida tempranamente por el teólogo William Stringfellow. Durante la primera Conferencia Nacional sobre Religión y Raza, en 1963 —donde King, Sargent, Shriver y Abraham Joshua Heschel también hablaron― Stringfellow sostuvo que la supremacía blanca debía ser entendida como un principado demoníaco. Esta conferencia constituyó el primer compromiso serio de las confesiones principales con la lucha por la libertad, y las manifestaciones de Stringfellow fueron controvertidas, especialmente su dura crítica de la asamblea a la que acusó de ser “demasiado escasa, demasiado tardía y demasiado blanca”. La siguiente afirmación fue igualmente provocadora: 

La monstruosa herejía estadounidense radica en pensar que todo el drama de la historia tiene lugar entre Dios y la humanidad. Pero la realidad ―desde un punto de vista bíblico, teológico y empírico— es otra: el drama de esta historia acontece entre Dios y la humanidad y los principados y potestades, las grandes instituciones e ideologías activas en el mundo. La corrupción y la superficialidad del humanismo lleva engañosamente a los judíos y a los cristianos a creer que los seres humanos son amos de la institución o de la ideología. O, para decirlo de otro modo, el racismo no es un mal en los corazones y mentes de las personas; el racismo es un principado, un poder demoníaco, una imagen representativa, una encarnación de la muerte. Y sobre este principado que ejerce una terrible influencia en su vida los seres humanos tienen escaso o nulo control.

Al afirmar esto, Strigfellow promovió una comprensión mucho más radical de la naturaleza de la injusticia racial en Estados Unidos y, de forma implícita, propuso una lectura más pentecostal de estos hechos históricos.

Sin embargo, lo que Stringfellow no tuvo en cuenta es algo que el obispo Mason hubiera señalado: que la impotencia humana ante el racismo demoníaco se transforma en potencia por el poder del Espíritu Santo. No se trata de considerar el poder del Espíritu Santo como un concepto abstracto. En lugar de eso, es el poder del Espíritu Santo que Lucas describe en el libro de Hechos cuando menciona el acontecimiento de signos milagrosos y maravillas, y al cual Pablo hace referencia en 1 Corintios 2: “Ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del poder del Espíritu, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios”.

“Las armas con que luchamos no son del mundo, sino que tienen el poder divino para derribar fortalezas.” —2 Co 10:4

Aunque estoy seguro de que en muchas de las iglesias en Montgomery y en Birmingham y a lo largo de todo el Sur, particularmente en las pequeñas iglesias de los pobres, hubo santos involucrados en la oración intercesora llena del Espíritu, se necesitó más de ese poder a medida que King se trasladaba a ciudades más grandes donde encontraba espíritus territoriales más poderosos. Las oraciones de algunos creyentes desperdigados que invocaban al Espíritu Santo resultaban adecuadas para oponerse a la supremacía blanca en las pequeñas ciudades. Pero en las grandes metrópolis se hubiera necesitado mucho más poder. Decir esto no significa desestimar el impacto de los factores institucionales y estructurales en el movimiento en las grandes ciudades. Desde una perspectiva espiritual, estas fuerzas estructurales son una parte integrante del funcionamiento de los principados demoníacos.  

En la medida en que una concepción bíblica de las fuerzas sobrenaturales dio forma al análisis de King acerca de los desafíos que enfrentaba y de sus decisiones estratégicas con respecto a la dirección del movimiento, esto ayudó a que tuviera éxito. Y cada vez que el movimiento fracasó en hacerse cargo de los principados atrincherados contra los que se alzaba, esto contribuyó a esos fracasos.  

Lo que ahora está en juego

Los cristianos actuales deben del mismo modo adoptar una actitud más exigente y una sabiduría conformada desde lo sobrenatural, así como reconocer la percepción que el principado de la supremacía blanca aún tiene en Estados Unidos. Necesitamos una teología política del Espíritu según las mejores tradiciones de King, que incorpore una comprensión bíblica radical de la oración antecesora, así como solidaridad hacia los pobres.

Medio siglo después de la muerte de King, ¿cómo se aplica todo esto a los movimientos de justicia social tales como Black Lives Matter (BLM) o Antifa, que están liderados por activistas seglares? BLM, el movimiento líder en contra de la violencia policial, ha movilizado a decenas de miles de jóvenes a lo largo del país, así como internacionalmente, y ha llamado una atención abundante y necesaria sobre este asunto. Su trabajo resalta el fracaso moral y político de la iglesia negra para hablar proféticamente en contra del uso de la fuerza excesiva sobre la población negra, especialmente en los barrios marginales.

Aun así, BLM es un ejemplo del axioma de George Santayana acerca de que aquellos que no aprenden de la historia están condenados a repetirla. En su mayor parte, los activistas de BLM —como los activistas posteriores a 1965 que integraron el Comité Coordinador Estudiantil No Violento (SNCC), el Partido Pantera Negra y otros diversos grupos radicales negros antes que ellos— muestran poco interés en o comprensión de las grandes lecciones de la historia. Esto se debe a que carecen de un conocimiento profundo espiritual y moral que debe estar en la base de cualquier movimiento sostenible. Al rechazar al Dios de sus padres, también rechazaron la paternidad de Dios.

Este rechazo filosófico es un acto de suicidio espiritual y cultural. El no poder discernir la naturaleza demoníaca de la supremacía blanca limita la capacidad de estos activistas para comprender la lucha en la que están comprometidos y entorpece sus esfuerzos para desarrollar estrategias a largo plazo. Solo pueden describir la violencia sádica de la que son testigos, pero nunca comprenderla totalmente o conquistarla. Al menos, no mientras ignoren su origen espiritual.

Mucho más importante que eso, no se valen del único medio de combatir lo demoníaco: la oración intercesora. En lugar de eso, son fácilmente succionados por el espíritu de lo demoníaco cada vez que recurren a la violencia, la ira y el odio. Esta es una falla menos común en el movimiento BLM que en Antifa, aunque el peligro se aplica a ambos.

El enojo y la ira no pueden sustentar un movimiento a largo plazo; solo la oración y el poder de Dios pueden. King tenía razón al enfatizar la importancia de amar al enemigo y de la no violencia. Él fue mucho más que un líder de los derechos civiles; su filosofía política estaba basada en los profetas bíblicos y en la ética de Jesús. En el análisis final, fue el Espíritu Santo, a quien King permitió que trabajara en él y a través de él, quien hizo de Martin Luther King Jr. la voz más influyente de la conciencia y de la libertad religiosa en Estados Unidos en el siglo veinte. Su vida y su testimonio pueden continuar inspirando y desafiando a todos aquellos de nosotros que apelamos al Espíritu para que se instale en nuestras comunidades y a lo largo de nuestra nación.


La versión original en inglés fue publicado en marzo de 2018. Traducción de Claudia Amengual.

Notas

  1. La versión original en inglés fue publicado en marzo de 2018.
  2. Crecerás en el gueto, y serás de segunda / Cantarán tus ojos la rabia profunda / Allí donde juegas y donde te quedas / A un enorme callejón se asemeja / Admirarás al que levanta apuestas / A matones, camellos y proxenetas / y a los que ganan mucho dinero… / Y crecerás queriendo ser como ellos, ¡bah!... / Te volviste un rapiñero, y mira lo que has hecho / Vas a comerte una larga condena / Hasta que te encuentren colgado del techo / Tus ojos ahora cantan la canción triste / De cuán rápido viviste y cuán joven moriste.