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    La fe: un encuentro con Jesús

    por Johann Heinrich Arnold

    jueves, 27 de octubre de 2022
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    ¿Quién es Dios, y cómo podemos encontrarlo? Una respuesta a esta pregunta es que algo de la luz de Dios ya reside en el fondo de cada uno de nuestros corazones. A veces esto solo se siente en un profundo anhelo de bondad, justicia, pureza o fidelidad. Pero si ese anhelo se convierte en fe, encontraremos a Dios.

    Los primeros cristianos decían que si los seres humanos buscan a Dios, lo encontrarán, porque él está en todas partes. Para encontrar a Dios no existen límites que no se puedan cruzar, ni obstáculos que no se puedan superar. Piensa en Nicodemo, quien al principio no creyó que pudiera cambiar en su vejez. Incluso él encontró la fe. No podemos excusarnos por no encontrar la fe. Si llamamos a la puerta, se abrirá.

    Dios llega al corazón de toda persona que tiene fe en que él vendrá, a cada uno que lo busca. Pero debemos buscarlo y esperar que venga a nosotros. Si vivimos nuestras vidas con apatía, eso no sucederá. Primero debemos buscar, solo entonces lo encontraremos.

    Pedro le dijo a Jesús que estaba dispuesto a morir por él, pero, a pesar de eso, lo negó tres veces. Ninguno de nosotros puede decir que tendrá la fuerza para soportar. Tal cosa solo es posible en el poder de Dios. Solo él puede darnos la fortaleza.

    Cuando las personas se sienten solas e inseguras de sí mismas, a menudo es porque no creen con bastante profundidad que Dios las entiende del todo. Pablo escribe que si amamos a plenitud, entenderemos como somos comprendidos plenamente. Las palabras de Juan también son muy importantes: Dios nos amó antes de que pudiéramos amarlo. Esto es lo que debe entrar en nuestros pequeños corazones, y a eso debemos aferrarnos: el amor del gran corazón que nos comprende plenamente.

    Podemos encontrar la fe, solamente si primero encontramos a Dios.

    ¿Por qué hay tantas personas hoy en día que no pueden encontrar la fe? Creo que hay varias razones. Algunos están satisfechos con lo que está sucediendo; están orgullosos de vivir en una época de gran cultura y civilización, y están ciegos ante el sufrimiento de la humanidad y de toda la creación. Han perdido de vista a Dios.

    Otros se desesperan. Reconocen la injusticia del sistema económica y sufren con los oprimidos. Pero en su compasión olvidan la culpa del género humano, la culpa que todos debemos llevar. Y si ven la culpa, solo ven la culpa de cierta clase o nación, no la de todos los humanos. Ven la creación, pero no al Creador. También han perdido de vista a Dios.

    Aun otros ven el pecado, la culpa y la debilidad humana, pero no tienen corazón, no tienen paciencia con los oprimidos y no sufren con ellos. Debido a que han perdido de vista a Dios, no escuchan el clamor de toda la creación. No tienen fe real, o han encontrado la fe solamente para sus propias almas y no para la humanidad que sufre.

    Podemos encontrar la fe, solamente si primero encontramos a Dios. Cuando hayamos encontrado a Dios, empezaremos a ver la necesidad de los seres humanos desde su punto de vista, y creeremos que él puede superar esa necesidad. Los humanos deben reconocer que Dios ama al mundo, incluso en nuestra época. En la noche del juicio, que está pasando sobre nuestra llamada civilización, las personas necesitan escuchar que Dios todavía las ama y que ama su creación. El mensaje de fe es un mensaje de amor.

    Cualquiera que piense que es extremadamente pecador —cualquiera que dude de que Jesús puede ayudarlo— se ata a sí mismo al diablo. Pone en duda la victoria de la cruz y obstaculiza la entrada del Espíritu Santo en su corazón. Debemos rechazar esta duda. Pues al fin y al cabo el evangelio dice que Jesús llevó el pecado de todo el mundo, y que «el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre».

    Cristo, el que vive, murió en la cruz para reconciliar todas las cosas con Dios. Esta reconciliación está más allá de nuestra comprensión humana. Pero sí sabemos que es posible para cada uno de nosotros, y que se nos llama a arrepentirnos y a encontrarlo.

    De una carta: Nunca podrás probar —incluso a ti mismo— que Jesús existe. Creer debe ser una experiencia interior. Mientras trates de probar el objeto de tu creencia intelectualmente, tus esfuerzos se interpondrán en el camino de tal experiencia. No puedo probar la existencia de Jesús, no tengo nada más que mi fe viva. Tomás dudaba de que Jesús realmente resucitara de los muertos; dijo: «Mientras no vea yo la marca de los clavos en sus manos, y meta mi dedo en las marcas y mi mano en su costado, no lo creeré». Entonces vio a Jesús y creyó. Pero Jesús dijo: «Dichosos los que no han visto y sin embargo creen».


    Extracto del libro Discipulado.

    Dew on a cobweb
    Contribuido por JHeinrichArnold Johann Heinrich Arnold

    Johann Heinrich Arnold, conocido por sus libros que han ayudado a muchos a seguir a Cristo en su vida diaria. Quienes lo conocieron lo recuerdan como un hombre cabal que daba la bienvenida cariñosa a cualquiera persona abrumada, invitándola a tomar un cafecito y platicar.

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