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    Detail from South American Landscape by Frederick Edwin Church

    ¿No hay solución?

    ¿Hay una solución a los problemas sociales por todo el mundo?

    por Hela Ehrlich

    jueves, 19 de mayo de 2016
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    De la revista El Arado número 3, publicado en febrero de 1956 por la comunidad Bruderhof en Uruguay. Hela escribió este artículo dos años después de unirse a esa comunidad cristiana junto con su esposo.

    En todos los continentes, en todos los países, en las ciudades y en los pueblos vemos a jóvenes y viejos sentados alrededor de mesas de conferencia y mesitas de café, debatiendo los problemas del mundo y procurando hallar una solución a la difícil situación en que se encuentra la humanidad entera. En las comisiones de planificación económica, política y militar, en las conferencias nacionales e internacionales, en los corredores de las casas de gobierno, en todas partes se habla, se discute, se pesa y se mide, todo para el mismo fin: hacer frente a los graves problemas del mundo. En algunos laboratorios los sabios descubren nuevos remedios para combatir eficazmente a las graves enfermedades que asedian al hombre, mientras que en otros laboratorios otros sabios inventan nuevos medios para destruir al hombre. Y para todo esto se busca una solución, y lo que se encuentra solo son soluciones a medias, medidas preventivas, que se ven contrarrestadas inmediatamente por nuevas medidas dirigidas en contra de aquellas medidas preventivas. Esto, que suena absurdo, es una situación muy real, una situación desesperada, un callejón sin salida. Es un esfuerzo de Sísifo, una pendiente cuesta abajo que termina en lo profundo de un negro cráter; el cráter que dejan las bombas atómicas al estallar en la tierra.

    A todo aquel que piensa es evidente que no hay solución.

    Aun los espíritus científicos más fundamentalistas de hoy y los filósofos humanistas más empedernidos han tenido que reconocer que llega un momento, en la ciencia como en la filosofía, donde el hombre se encuentra ante el abismo de su incomprensión, ante la imposibilidad de llevar adelante su casi perfecta estructura lógica o metafísica, y ante la urgente necesidad de elegir: o bien desespera de su condición humana, cuyas limitaciones hacen parecer absurda la vida misma; o bien franquea de un salto aquel abismo para alcanzar la compresión de lo que se halla más allá de toda ciencia y de toda filosofía. Kierkegaard, Kafka, los subrealistas, existencialistas cristianos, Albert Camus, Sartre y su escuela, Heidegger, Martin Buber, han representado una y otra de estas dos sendas irreconciliables. De ahí que los filósofos del absurdo y de la angustia hayan tenido en los últimos viento años una aceptación tan notable en los círculos intelectuales del mundo occidental. La joven generación pensadora de los años '20 – '30, desengañada por el fracaso del racionalismo o de la hueca religiosidad de sus padres, se tiró de lleno a la aventura del absurdo y justificó sus actos por la filosofía de sus representantes más destacados: por cierto, testigos valiosísimos de la época en que vivimos. La consiguiente angustia del hombre desnudo de todo sentido que trasciende el límite de su propio ser físico – psicológico es aceptada por ellos, en algunos casos hasta con cierta satisfacción, y por lo menos con resignación. Esta es la herencia que la generación de inter-guerras dejó a la actual.

    Pero ha llegado la hora en que se impone la elección a cada hombre, entre la aceptación de lo absurdo y la afirmación de un sentido trascendente de la vida humana, y será decisiva para el futuro no solo del individual que la realiza sino del género humano entero. Que pensadores responsables comienzan a reconocer esto, de ello da testimonio la tendencia nueva que surge en los últimos dos o tres años de congresos filosóficos celebrados en Europa, y de escritos y ensayos que de estos hombres nos llegan. Aquí vemos como en todos los niveles de la vida humana se hace sentir ahora una nueva consideración del ser y de la existencia. Se trata de lograr una liberación de las cadenas que nos impone el pensar y vivir en nuestras habituales tres dimensiones, y de reconocer la real existencia de una nueva dimensión – espiritual – cuya irrupción en la conciencia humana es de una influencia decisiva en la dirección en que nos encaminaremos: libres de espacio y de tiempo. Estas consideraciones son de carácter sumamente realista y carecen de todo falso misticismo, como fácilmente se les podría acusar.

    Creemos que sí, hay una solución definitiva, cierta y segura.

    Podría ilustrarse con nombres y citas de filósofos, ensayistas, científicos, poetas y teólogos esto que acaba de decirse. Pero nosotros sabemos que todo lo que se ha escrito y hablado de poco o nada sirve, si sus conclusiones no han sido llevadas a la práctica de la vida real. Atestiguando la verdadera y palpable posibilidad de una vida que comienza con aquel salto del abismo y que se desenvuelve en el clima creado por el amor, aun dentro de un mundo – y muy dentro de él – lleno de odio, lucha y terror. Esto es precisamente posible gracias a la irrupción en las conciencias y en las almas de nuestro medio de una dimensión – o fuerza espiritual que tiene su origen en planos donde rigen otras dimensiones que las que nosotros conocemos.

    ¿Podemos afirmar todavía, a la luz de todo lo que se ha dicho, que “a todo aquel que piensa es evidente que no hay solución?

    Nosotros respondemos: No; porque creemos que sí, hay una solución definitiva, cierta y segura. No es nueva. Data de dos mil años atrás: la vida en comunidad. Comunidad voluntaria y total (no comunismo impuesto) de bienes, del trabajo, de la mesa, de educación, de todos los bienes materiales y espirituales con que el hombre pueda contar. He aquí la solución. Y lo es, porque se basa en los principios fundamentales e inamovibles de la vida: amor, paz y hermandad. Y este es nuestro testimonio: vivir en el amor que es fuerza creadora de paz y hermandad.

    Y no olvidamos tampoco el elemento humano: en lo más profundo de nuestra conciencia nos sabemos débiles, egoístas, ambiciosos; nos sabemos víctimas de ilusiones que llamamos ideales, y de una voluntad humana que llamamos libre. Otras tantas cadenas que en verdad hacen de nosotros prisioneros, y si de algo queremos liberarnos es precisamente de todo esto. Y por medio de aquel salto realizado por una voluntad libremente decidida hemos roto las cadenas una vez por todas: ahora, sí, somos libres, libres para amar al prójimo, libres para una firme actitud de paz en un mundo guerrero, libres para compartirlo todo con todos.

    Detail from South American Landscape by Frederick Edwin Church
    Paisaje sudamericano por Frederic Edwin Church, 1855. Wikimedia Commons
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