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    Guiar con amor

    Consejos de un educador de experiencia

    por Johann Christoph Arnold

    sábado, 26 de septiembre de 2015
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    Este artículo está extraído de capítulo 7 del libro Su nombre es hoy.

    Maureen, editora y madre de tres hijos, recuerda a su maestro de segundo grado como un pilar fundamental en su vida.

    En la clase nosotros éramos como una estampida salvaje que ningún maestro podía controlar. Richard Wareham, ya en sus 60 años y a punto de retirarse, fue llamado para ver qué podía hacer.

    Cuando nuestro grupo trató de aprovecharse de este abuelo, nos jaló las riendas rápido, y lo hizo sin levantar la voz ni mandarnos con el director. Lidió con los conflictos desde un ángulo inesperado. Si dos niños estaban peleando, les asignaba limpiar los extremos opuestos de una ventana de la escuela. De un momento a otro, los enemigos pasaron de mirarse furiosamente a reírse tontamente y sincronizar el movimiento de sus trapos sobre el vidrio.

    Si había rumores de amotinamiento en la clase, Richard se anticipaba echando su pañuelo al aire. Sabíamos que mientras estuviera en el aire estábamos autorizados para gritar en grupo. Pero en el momento que tocara el piso debía haber absoluto silencio. Cualquiera que no pudiera o no quisiera dejar de hacer ruido terminaría en el césped de la escuela desenterrando dientes de león. Otros mecanismos para liberar la presión incluían carreras con mapa y brújula, observación de pájaros, construcción de una casita rústica y la creación de una compleja ruta de obstáculos.

    Pero su legado más grande fue su amor y respeto por cada niño. Una vez me reprendió severamente por una broma que (para variar) yo no cometí. Yo estaba enojada y al borde de las lágrimas ante su alegato. Él escuchó mi versión de la historia, se disculpó por su error, y señaló que en la vida la gente puede con frecuencia malinterpretar o criticar tus acciones. «Si están equivocados —me dijo— no arremetas contra ellos. Levanta la cabeza y sigue haciendo lo que es correcto. Demuéstrales, no les digas». Yo tenía siete años en ese momento, pero nunca lo he olvidado.

    Más que un maestro, Richard fue un instructor de adiestramiento para aprendices de maestros y un consejero para padres. Mientras luchaba contra el cáncer, dedicó tiempo a escribir algunos de sus descubrimientos esenciales en la enseñanza, los cuales han circulado a través de muchas familias y aulas de clase. Escribió esto:

    A cada niño se le debe enseñar, en casa y en la escuela, algunos valores simples que le ayuden en toda su vida.

    Esos valores no pueden ser sustituidos por programas de alto rendimiento ni por refuerzos positivos como excursiones especiales, golosinas o favores. Tampoco podemos esperar que esos valores aparezcan repentinamente de la nada cuando el niño está en la escuela preparatoria. Nuestra oportunidad de enseñar esos valores se da en la casa, el jardín de niños, la escuela, cada día, en cada situación, y no existen dos situaciones iguales.

    No. Un claro, firme y rotundo «no». A fin de que un niño experimente el valor del «no», tiene que saber que eso significa: sin discusión, sin quejas, sin alternativas, sin tonterías. Cuando se dice «no», ¡eso es lo que significa!

    Ven. Este es mi punto de partida. «Ven» tiene el sentido de «venir», de lo contrario ni siquiera podemos reunirnos. Si no hay un encuentro, los niños rápidamente tomarán su propio camino y encontrarán caos y confusión a su alrededor. Una experiencia donde nos reunimos se comparte y aprecia por todos.

    Escucha. La atención es una bendición especial. Si un niño ha adquirido el derecho a ignorarte, no prestarte atención y volverse hacia otra cosa de su elección, la brecha generacional ya ha comenzado y tu contacto de corazón a corazón tendrá que ser ganado de nuevo. Habla cuando quien escucha esté a tu alcance.

    Quietud. Hay momentos cuando mi corazón se complace al escuchar trece niños todos hablando al mismo tiempo. ¡Un maestro o padre puede aprender mucho de varios temas paralelos! Pero los niños necesitan experimentar momentos de quietud, y la satisfacción de estar ocupados en silencio, a solas. Esto es de especial importancia para los niños hiperactivos cuya «programación» aumenta más y más hasta que no puede apagarse, y ya nada concentra su interés.

    Espera. Hay mucho de espera en la vida, a veces poco, a veces mucho más. Les enseñamos impaciencia cuando no ayudamos a los niños a esperar pacíficamente.

    Cuidado. Debemos ayudar a los niños a ser responsables en todo lo que hacen. Esto incluye trabajo, juego, cuidado del equipo y la ropa, las relaciones con otros, el respeto y mucho más. Realmente podemos esperar responsabilidad de ellos.

     

    Este artículo está extraído de capítulo 7 del libro Su nombre es hoy.

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    Contribuido por JohannChristophArnold Johann Christoph Arnold

    Artículos y libros electrónicos por Johann Christoph Arnold sobre matrimonio, discipulado, oración y la búsqueda de paz. Página de inicio oficial de Johann Christoph Arnold.

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