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Si somos honestos, el radicalismo de Jesús nos enjuicia. Porque nos hemos alentado demasiado con aspectos que no son del interés más profundo de Cristo. En consecuencia, el mundo nos ve como una pequeña variante religiosa de lo mismo que ya existe: un pueblo dividido por muros de interés propio y autosuficiencia. Somos culpables de haber adoptado compromisos y tareas menores que, con el tiempo, han enredado y complicado nuestro verdadero llamado. Hemos dejado de lado el camino angosto: mirando a la izquierda, a la derecha, mirando a todas partes, menos a Cristo y su causa. Jesús oró para que sus seguidores de toda tribu, lengua y nación fueran uno. Esta oración es tan radical como Jesús mismo. La pregunta para nosotros es: ¿nos esforzaremos o no para ser aval de esta oración? ¿O seguiremos anclados en opiniones que solo limitan dar la vida uno al otro?


Fuente: Siguiendo, juntos, a Jesús