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Si uno esperaba reconfigurar las realidades sociales y políticas, uno debía comenzar por la oración personal. Sin estar a solas con Dios, los individuos estarían inmersos en el entorno cultural existente, con sus definiciones de poder predominantes: poder de clase, poder sexual y poder religioso. Sin la oración, la conciencia se adormecería y la pasión se apagaría, dejando al individuo incapaz de pensar y actuar sin un criterio independiente.


Fuente: “La feminista que oraba