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La Cena del Señor es también una cena de amor. Al acercarse la hora de despedida del Señor de sus discípulos, el Maestro se preparaba para morir por los suyos, y de la fuente su corazón surgía su amor para ellos. No era un amor débil ni sentimental, sino profundamente conmovido; él no se cansaba de demostrar su amor. Él lavó los pies a sus discípulos. Los llamó amigos. Aun a los hombres curtidos por el viento y el sol los había llamado «mis queridos hijos», como una madre con amor desbordante. Hizo todo lo posible para consolarlos en la hora de su muerte y para fortalecerlos para las tareas y luchas a que se enfrentarían. Así que hasta su último esfuerzo se dedicó al cuido de su discípulos diciendo: «Este mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Así como yo los he amado, también ustedes deben amarse los unos a los otros».


Fuente: El nuevo mandamiento